El marqués de Cerralbo visita Viana, 1891

Título: Viaje del Excmo. Sr. Marqués de Cerralbo por Guipuzcoa y Navarra. Crónica y discursos
Autor: Juan Vázquez de Mella
Fecha: Septiembre1891
Fuente: Biblioteca Digital Hispanica
Ficha
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Tras los buenos resultados de los carlistas en las elecciones de febrero de 1891, Enrique de Aguilera y Gamboael, marqués de Cerralbo y representante de pretendiente don Carlos (Carlos VII), organizó un viaje de propaganda por Guipuzcoa y Navarra unos meses mas tarde. El viaje comenzó el 25 de septiembre en Tolosa. Luego continuaron por tren a Panplona con una breve escala en Alsasua. Después se dirigieron a Estella, con paradas intermedias en Óbanos, Puente la Reina, Mañeru y Cirauqui. Desde Estella hicieron excursiones a Monte Muru, Irache y Montejurra. La siguiente y última etapa terminó en Viana con parada previa en Los Arcos.
Enrique de Aguilera, marqués de Cerralbo
En cada fin de etapa se repetía la misma agenda de actos: oficio religioso, banquete, visitas a lugares de interés como escuelas, fábricas o sitios históricos carlistas, y por último, una velada política con proclamas y discursos. En centro de operaciones era siempre el Círculo Carlista de la localidad que visitaban. 
Juan Vázquez de Mella
Cuando la comitiva se encontraba a unos tres kilómetros de Viana llegó corriendo a su encuentro Botarrón, agitando la boina roja, y lanzando gritos de júbilo y vivas delirantes al Rey y al marqués de Cerralbo. Detrás de él apareció un grupo de jóvenes que también gritaban contestando a los vivas de Botarrón. A su llegada a la ciudad tuvieron un recibimiento multitudinario, la gente se agolpaba en el Muro y siguió a la comitiva entre vítores cuando después de bajarse de los coches continuó hasta la plaza, que estaba llena a rebosar. Luego entraron, los visitantes y los vianeses, a la iglesia de Santa María, donde se rezó un padre nuestro por el alma de Simón Montoya, que había muerto poco después de las elecciones de febrero a las que se presentaba como diputado por partido judicial de Estella. A la salida de la iglesia se dirigieron al Círculo y mas tarde a descansar. Por la noche, llegó el turno de la velada política en el Círculo, con sus discursos y proclamas, que se escuchaban también desde la plaza, pues mantuvieron los balcones abiertos. A la mañana siguiente, después de oír misa, visitaron el convento de la monjas. Allí la superiora, Sor Simona, les enseñó las dependencias del convento, el hospital, las escuelas y la iglesia de San Francisco, y al marcharse les regaló medallas de la Milagrosa. Llegada la hora de la comida se dirigieron de nuevo al Círculo donde se celebró el banquete. Mientras sonaba la música, hasta nueve platos de abundante y auténtica comida navarra fueron servidos por jóvenes vianesas, hijas de los socios. Después de los brindis y los aplausos, pasearon por las calles, visitaron la Casa Consitorial, vieron el sepulcro de Cesar Borgia. Y ya se despidieron, marcharon a caballo hasta Recajo, cruzaron el Ebro en barca y tomaron en la estación de Recajo el tren con destino Miranda.
Carlos de Borbón y Austria-Este, duque de Madrid (Carlos VII)
El mismo año del viaje se publicó este libro que comentamos con la crónica de la excursión y los discursos del marqués de Cerralbo. El cronista del viaje fue un joven periodista asturiano llamado Juan Vázquez de Mella. Éste había dejado el periodismo hacía poco para dedicarse por completo a la política y la propaganda carlista. Años mas tarde, el marqués de Cerralbo irá dejando de lado sus inquietudes políticas desarrollado su faceta de coleccionista y arqueólogo, legando a su muerte al Estado Español su palacio de Madrid y su colecciones, hoy convertido en el Museo Cerralbo, en Madrid. Vazquez de Mella sería elegido diputado por Navarra en las elecciones siguientes, las de 1893, y continuaría en la política carlista de forma activa. Hoy sólo reconocemos su nombre por las calles o plazas que le dedicaron a su muerte.

30 de septiembre de 1891 (Página 78)

Botarrón - Entrada en Viana. 
Media legua antes de llegar á la histórica ciudad cuyo nombre llevaron los primogénitos de los reyes navarros, vimos destacarse en el límite de la carretera la marcial figura de un hombre del pueblo que agitaba con una especie de entusiasmo epiléptico la roja boina y prorrumpía en estridentes gritos de júbilo y vivas delirantes al Rey y al marqués de Cerralbo. Mirábamos con curiosidad al extraño personaje, cuando la rapidez de su marcha y la velocidad de los coches nos permitió contemplarle de cerca.  Es Botarrón—nos dijeron sonriendo los amigos de Viana que nos acompañaban y que hacían esfuerzos por quitar la borla y moderar los ímpetus del más inquieto y desasosegado de los carlistas. 
Seco, moreno, nervioso, con ojos llameantes, Botarrón es una especie de convulsionario carlista que tiene en vez de sangre algo así como el jugo ardiente de las cepas navarras mezclado con pólvora ó dinamita. No para ni sosiega, y el ¡viva Carlos VII! es en él como una interjección que le sirve para rellenar los concisos períodos de su lenguaje espartano. Naturaleza inflamable, vehementísima, propenso á la exaltación y el frenesí, es á la vez dócil como un niño á los mandatos de los jefes, cuando después de amonestación cariñosa le ordenan con rostro severo que dé tregua á sus apasionamientos y muestre la calma posible, que no es mucha en ánimo tan turbulento y organismo tan neurótico. 
Servicial y cariñoso, no olvidaremos Falcó y yo al diligente centinela de nuestros aposentos, que á las primeras horas de la mañana nos hacía despertar sobresaltados al ronco grito de ¡viva Carlos VII!, pronunciado casi al oído, mientras agitaba al borde del lecho la boina en la convulsa mano; y después de una pausa en que el sueño, disipado bruscamente, dejaba lugar á que se manifestase el buen humor en regocijadas risas, oíamos de labios de Botarrón este saludo cristiano, realista y marcial, que hasta tiene los tonos imperativos de la ordenanza: «Buenos días nos dé Dios para servirle. Arriba y ¡viva el Rey!»
Deleitábase el marqués de Cerralbo contemplando aquel extraño heraldo que se nos aparecía como abreviatura y compendio de los entusiasmos de Viana, cuando comenzamos á divisar ligera tropa de aguerridos muchachos que, como vanguardia, se aproximaba á los coches contestando con estrepitosa gritería los vivas de Botarrón.
Viana, levantada sobre una alta meseta y rodeada en parte de vieja muralla, se destaca á manera de fortaleza sobre la carretera. Apenas bajados de los coches oimos clamor confuso de aclamaciones, y al levantar la vista al a altura vimos inmensa hilera de gente que agitaba boinas, pañuelos y sombreros, y cada vez con más estruendo repetía los vivas al marqués de Cerralbo.
Aquellas larguísimas filas de carlistas tendidas á la carrera asemejaban ejército que presenta las armas á su caudillo, como diciendo: Manda, que estamos dispuestos. La fila fué replegándose sobre sí misma á medida que nos acercábamos á la ciudad, hasta convertirse en columna cerrada primero, y después en torrente de humanas cabezas, que se desbordaba por las calles é invadía por completo la hermosa plaza, juntando todos los gritos, exclamaciones y vítores en una voz clamorosa ensordecedora que parecía salir de los pulmones de una legión de gigantes, haciendo vibrar el aire con esta frase, constantemente repetida: ¡Viva el marqués de Cerralbo!
Cruzando con mucha dificultad entre la compacta muchedumbre, dirigióse el representante del Rey á la soberbia iglesia, cuya portada del Renacimiento, adornada de hermosas esculturas, cautiva y admira, y allí le siguió la multitud, extendiéndose en oleadas por las naves del espacioso templo, estrecho para contenerla. Después de una estación, el marqués de Cerralbo pidió que se rezase un Padrenuestro por el alma de D. Simón Montoya, y de todos los labios, con redoblado fervor, se elevó al cielo la oración, que parecía ascender como una súplica de la caridad y un homenaje de la fe, envuelta en el vapor de las lágrimas que surcaban las mejillas de muchos compañeros de armas del heroico é inolvidable soldado.
Después de la iglesia, casa de Dios, pasó el marqués de Cerralbo al Círculo, casa del Rey, que se levanta casi enfrente del suntuoso templo, que forma uno de los lados de la gran plaza de Viana. La recepción excuso decir que fué cordialísima y entusiasta. 
Aunque los salones del Círculo son espaciosos, puede decirse que el público comenzó junto á la mesa presidencial y se extendía por habitaciones, pasillos, corredores y escalera, dilatándose por toda la plaza, convertida por la multitud en antesala del casino carlista. 
El digno presidente dio en sentidas palabras la bienvenida al señor marqués de Cerralbo, que, conmovido con tan extraordinarios agasajos, contestó expresando la gratitud que le embargaba, porque no parece otra cosa—dijo—el espectáculo que estoy presenciando sino la obra acabada que por noble y generosa emulación estáis realizan-do para demostrarme que en Navarra el entusiasmo no quiere tener límites como la lealtad, y si al oir aclamaciones frenéticas y recibir obsequios sin cuento parece tocarse la cumbre del amor carlista, siempre el punto siguiente demuestra que aún es posible mayor ardimiento y entusiasmo más grande. 
Los vivas y aplausos estrepitosos al Rey y al marqués de Cerralbo nos hicieron comprender toda la verdad de las anteriores palabras. 
La velada. 
Por la noche el estallido de los cohetes y morteretes y los acordes de la música anunciaron la velada, siendo el marqués de Cerralbo acompañado por la Junta del Círculo desde la casa inmediata de un distinguidísimo correligionario, que prodigaba las atenciones y los obsequios al ilustre huésped. Los salones y dependencias del Círculo estaban cuando comenzó la velada ocupados por una masa de carlistas que hacía de todo punto imposible el tránsito. 
Pronunció el digno presidente breves y entusiastas frases dando las gracias al delegado real por su visita, é inmediatamente el marqués de Cerralbo desde la mesa presidencial, entre aclamaciones y aplausos, cantó como bardo inspirado las grandezas y hazañas de la raza euskara, enumerando las maravillosas empresas acometidas por los navarros y los altos hechos de reino tan glorioso, cuyos fueros, exenciones y libertades tuvieron en el representante de Carlos VII propugnador elocuentísimo, que al despedirse en Viana de la patria de Sancho el Fuerte quiso dejarle como recuerdo, más que un discurso político, una oda espléndida que fuese como trasunto y espejo de la tradición de un pueblo heroico y á la vez suma de ejemplos que con el prestigio de sublimidades históricas encienda más las 
voluntades en el fuego del amor á la causa que resume tales maravillas.
No cesaron los vivas y los aplausos hasta que el delegado de Navarra, D. Salvador Elío, subió á la tribuna, y con frase tan sencilla como elocuente hizo notar las grandezas de la causa tradicionalista, condensada en la Monarquía cristiana, que tiene por ley la unidad católica y la variedad foral, por madre la iglesia, por hija la patria, por vida la historia, y por símbolo y representación augusta el Rey. Nueva salva de aplausos y vivas abrió un paréntesis entre el discurso de Elío y la subida de D. Ulpiano Errea á la tribuna.
El bizarro jefe y diligente y celosísimo diputado habló elocuentemente, con el enérgico acento y la concisa palabra militar que presta tintes tan severos y viriles á la oratoria, de los orígenes de la reconquista pirenaica que. como la astúrica, nace bajo el amparo de la Cruz, y permanece fiel en todo el proceso de la historia al sello religioso de los primeros días que marcó con señal indeleble á los descendientes de Aitor, haciéndolos vasallos de Cristo y subditos del Rey, para ser libre y emancipada hermandad de todo yugo tiránico. 
Las palabras del Sr. Errea echaron más combustible á la hoguera del entusiasmo, y en tan caldeada atmósfera tocóle hablar al que esto escribe, exponiendo en poco más de una hora los deberes políticos de los carlistas, que además de las obligaciones militares, tan admirablemente cumplidas en las ocasiones solemnes, exigen sacrificios no tan grandes, pero provechosos y útilísimos en los tiempos de paz material y desorden moral para que, al cesar la revolución mansa y estallar la fiera, no se encuentre la causa tradicional con muchedumbre dispersa, sino con legiones bien dispuestas y apercibidas para la lucha, esperando, arma al brazo, que los vientos del radicalismo sectario hagan sonar el clarín de las batallas para marchar hacia las trincheras enemigas detrás de la boina de Carlos VII, como iban confiados los guerreros de Ibry en pos del penacho blanco del navarro Enrique IV.
Terminó la magnífica velada á los acordes de la música, que dejó oir el hermoso himno de D. Carlos.

Las hijas de San Vicente Paúl - Las Ordenes religiosas. 
A la mañana siguiente, 1.° de Octubre, después de oir Misa y admirar las riquezas de la iglesia, acompañamos al marqués de Cerralbo al magnífico convento que ocupan esos ángeles de la caridad que se llaman Hijas de San Vicente Paúl. 
Muchos sacerdotes acompañaban al marqués, y entre las personas agregadas á su comitiva el número de las que entraron en el convento pasaba de 30.
Sor Simona es el tipo perfecto de la Hermana de la Caridad. Devorada por el celo del Señor, inteligentísima, enérgica, activa hasta el punto de no darse un instante de reposo, une á la austeridad de acrisoladas virtudes la dulzura y amabilidad de la más solícita enfermera, y al atractivo de quien vive aspirando el perfume de la inocencia, educando á aquellos que el Salvador invitaba para que se congregasen á su lado, una elocuencia espontánea que fluye de sus labios, con el encantador abandono y desaliñoque tanto deleita en la prosa de la doctora avilesa, con la cual tiene, lo mismo que con Sor María de Agreda, muchos rasgos parecidos aquel rostro en que brillan juntos el ingenio y la hermosura del alma. La Comunidad entera participa de las cualidades de la superiora, y el edificio parece reflejarlas como un espejo, mostrando en la pulcritud nimia y el esmero y orden admirable cuan justa es la estima y veneración con que toda la ciudad de Viana ama á las humildes Hijas de San Vicente, y les entrega confiados à sus pequeñuelos, con la seguridad de que en vez de una tendrá varias madres. 
El hospital, las escuelas de párvulos y de niñas, el refectorio, las salas de juego, los dormitorios, el hermoso oratorio, la notable iglesia, todo fué enseñado con obsequiosa y atenta solicitud al marqués de Cerralbo, que no cesaba de elogiar aquel oasis que la caridad embalsa a con su divino aliento.
Invitado con amable insistencia por las Hermanas el autor de estas líneas, se vio forzado á hablar de improviso, escogiendo como tema, en cierto modo impuesto por el lugar mismo, la Caridad y las Ordenes é institutos religiosos, que son como sus órganos sociales. 
Asunto vastísimo que no hizo más que bosquejar, ya que sería vano intento resumir las grandezas de Fulda, Monte-Casino y Cluni, ó compendiar las maravillas señaladas por la pluma del historiador de Los monjes de Occidente, ni enumerar aquellas Atenas de piedra y relicarios del arte, como llamó á los monasterios y conventos un ilustre escritor, ni siquiera mostrar en abreviado boceto los cinco servicios populares y gratuitos de la verdad, la educación, el dolor, la enfermedad y la sangre, dispensados, según la elocuente demostración de Lacordaire, por ese prodigio brotado de los consejos evangélicos que se llama la comunidad cristiana de bienes ó pobreza y sacrificios y que forma las Ordenes apostólicas, docentes, penitentes y militares, que unas veces llevan al teatino á renunciar á la misma limosna, sólo requerida en necesidad extrema, al hospitalario á ser presidido por un leproso y á la dilatada y nobilísima familia de San Vicente Paúl á cumplir en el siglo del egoísmo la ley de la caridad, dando á los ignorantes la instrucción con los Hermanos de las escuelas cristianas y á los hambrientos y desnudos el alimento y el vestido, no adquiridos en inmorales fiestas como desperdicio del lujo, sino conquistados por la súplica amorosa de las Hermanitas de los pobres, como óbolo del justo ó desprendimiento del pecador arrepentido, logrado en nombre de Cristo conforme á aquel sublime axioma: «La limosna aprovecha más al que la da que al que la recibe.» 
Mientras no se levante—nos decía el marqués de Cerralbo—la fábrica al lado del convento, no imperará el patronato cristiano, y hasta que esto no suceda el colectivismo seguirá reclutando huestes y sembrando rencores primero y ruinas y escombros después.
Profundamente emocionados, y besando la medalla que nos regaló Sor Simona, salíamos del convento, cuando al pasar delante del refectorio experimentó el marqués de Cerralbo una grata sorpresa al ver que le mostraban un anciano enfermo que se apresuró á saludarle, y por instigación de los allí presentes relató de la manera más pintoresca el primer choque que los lanceros de Zumalacárregui tuvieron en las cercanías de Viana con los lanceros cristinos. 
Aquellos que el veterano consideraba por los lujosos uniformes, que tanto contrastaban con la pobreza de las vestimentas carlistas, legión de capitanes, y según la rectificación de un amigo suyo escuadrón de médicos, fueron vencidos y dispersos por los que no tenían tan brillantes alamares en el pecho, pero sí más vigor en el brazo. 
Recompensó el marqués con la largueza acostumbrada al pintoresco narrador, y salimos del convento seguros de que en las oraciones de las Hermanas tendríamos un recuerdo, que por ser en plegarias de ángeles es el recuerdo más agradable para un católico.

El banquete. 
El salón del Círculo, artísticamente adornado, era estrecho para contener los comensales. La comida, verdaderamente navarra, fué fastuosa. Nueve platos tan fuertes como abundantes hicieron decir al marqués de Cerralbo que aquello no era un banquete, sino nueve banquetes en uno. 
Hermosas jóvenes, hijas de los socios, deseosas de oir los brindis y dando muestras de lo que es la mujer navarra, verdadera espartana católica que mantiene en el hogar la llama del heroísmo, llevaron su entusiasmo hasta el punto de servir la comida, deseando hacer, según decían, lo mismo con el rancho de campaña cuando sonase la hora de brindar con los cañones. 
Al destaparse las botellas de champagne brindó el presidente por el Rey y el marqués de Cerralbo. El delegado del Rey lo hizo en términos elocuentes por la Monarquía tradicional y las libertades forales que Carlos VII ha prometido y jurado y restaurará como principio esencial de la bandera inmaculada que sin desmayos tremola. Y concluyó brindando por Viana y el ilustre Villoslada, enfermo y ausente. 
Aplaudidísiinas fueron las brillantes frases del señor marqués de Cerralbo, y lo mismo fueron recibidas las de D. Salvador Elío, que lo hizo por el Rey y las libertades y franquicias de Navarra, expresándose en el mismo sentido el veterano general Lerga y el que traza estas líneas. 
Durante el banquete tocaba la música escogidas piezas, y la multitud que llenaba la plaza unía sus aplausos á los de los comensales, pues estando abiertos todos los balcones, algunos como yo hablaban desde una silla dirigiéndose alternativamente á los de dentro y á los de fuera. 
El banquete, como la recepción y la velada, puede decirse que tenía el Círculo por centro y por salón la plaza. 
Salida de Viana. 
Después de pasear por los alrededores de la histórica ciudad, contemplando sus ricos contornos, cruzamos las calles, donde se levantan, como recuerdo de pasadas grandezas, palacios y viejos caserones, que ostentan orgullosos, cual signo de ilustre origen, los enormes escudos en que aparecen 
los timbres heráldicos de las familias más  nobles de Navarra, y vimos en un antiguo torreón la puerta, hoy tapiada, por donde, en el silencio de la noche, se evadió César Borgia, el sepulcro que guardó sus restos, y la hermosa Casa Consistorial, tan llena de riquezas diplomáticas y de tradiciones nobiliarias y concejiles. 
Calcúlese cuánta sería en tiempos pasados la aristocrática reunión de familias esclarecidas en Viana, cuando en un acta de Ayuntamiento que se conserva aparecen firmando siete concejales cruzados como 
Caballeros en distintas Ordenes militares. 
Evocando este pretérito glorioso como anuncio de un futuro que le vuelva renombre y esplendor, y sintiendo separarnos de población tan leal y caballeresca, salimos con el marqués de Cerralbo á la próxima estación de Requejo, montados en buenos caballos. 
El mismo entusiasmo de la víspera, los mismos vítores y aclamaciones—aunque en el rostro de los que decían cariñosamente al marqués: ¡Que lleve feliz viaje, señor!, se notase el dejo triste que deposita en los corazones el dolor de la despedida—resonaron cuando el delegado de D. Carlos, con cerca de 30 jinetes, que parecían en los briosos caballos escolta de honor, salió de Viana para pasar el Ebro. 
El pequeño escuadrón iba alejándose por la vega, y todavía resonaban los vivas y se agitaban boinas y pañuelos en la alta meseta de Viana. Luego perdimos de vista ciudad de tan gratos recuerdos, y entre las nubes de polvo que levantaba el rápido trotar dé los corceles distinguíase el único infante que, corriendo y saltando, caminaba siempre á la descubierta, llevando gran delantera á los caballos. Era Botarrón que, lanzando la boina roja al alto y dando saltos de gimnasta, aún grifaba ¡viva Carlos VII! con voz que el ejercicio continuo había casi vuelto afónica. 
Cruzamos el Ebro. Al poco tiempo llegó el tren; despidiéronse los amigos, menos la Comisión de Pamplona, que acompañó al marqués de Cerralbo hasta Miranda, y por las ventanillas del vagón miramos con tristeza, más allá de la línea que marca el Ebro, los altos de España, y detrás nos pareció ver al pueblo generoso, altivo y caballeresco que peleó con Sancho el Grande en Calatañazor, arrollando las huestes hasta entonces invencibles del más temido de los caudillos agarenos; el que atravesaba el Muradal, junto al Paso de la Losa, y en el llano de las Navas servía de invencible cohorte á Sancho el Fuerte cuando alzaba la potente maza ó hacía llamear á la luz del sol, teñido en sangre de almohades, el mandoble que esgrimía sobre la consternada guardia negra de Aben-Jacub; el que con Coquerel y San Superano realizaba épicas hazañas en el Ática y conquistaba á Acaya y negociaba con Bayaceto domeñando los restos del poder angevino; el que renovó las antiguas proezas en Arguijas y en Wad-Ras, y demostró en Monte-Muru y Montejurra y acaba de probar ahora que tiene entre sus fueros uno que la revolución no ha podido arrebatarle: la constancia heroica y el tesón que da el honor conservado con una lealtad sublime que hace de aquellos pechos que no dan asilo á las traiciones muralla sagrada en que toda invasión extraña encontrará término, y donde las olas cenagosas del liberalismo, después de fieros embates, tendrán que retroceder impotentes y abatidas, dejando al descubierto los muros ciclópeos del alcázar foral que se levantará en toda Vasconia como el arca de la libertad cristiana después del diluvio de sangre y de ignominias de la revolución impía.
¡Volveré!, dijo el marqués de Cerralbo, repitiendo la frase de Carlos VII en Valcarlos, y el Rey y su representante sabrán cumplir la palabra.


Discurso del Márqués de Cerralbo en la velada celebrada el Círculo Carlista de Viana el 30 de septiembre de 1891.

SEÑORES :
Vivo y grande era mi deseo por llegar à esta capital del legendario y regio principado de Viana, no por conmoverme ante las sublimidades de su inspirada y poética basílica, no por extasiarme en la contemplación de las artísticas y maravillosas prendas de su liturgia, que si tanto la enriquecen y distinguen, tanto proclaman la fe admirable y generosa de este fervoroso país; no por sólo arrodillarme confiado y rendido ante la milagrosa y vetusta imagen de San Juan del Ramo; no por descubrirme respetuoso bajo las arcadas de sus poternas y al pie de sus muros, honrados con la sangre de los héroes que alzó hasta la sublimidad la santa causa de la fe católica y la fe monárquica, del espíritu patriótico y del amor foral; no por aprender la constante fidelidad y enérgica historia de los nobles vianeses en los curiosísimos é históricos monumentos de su rico archivo municipal; no por corroborarme en ellos de cómo las desgracias pasan, la verdad triunfa y los traidores perecen con la voluntad de Dios por los hechos de los leales y la sanción de los siglos; no por admirar y aplaudir la honrada laboriosidad de los hombres que, estimulados por antiguas protectoras leyes, transformaron los yermos de los montes y la aridez de los llanos en opulentas campiñas y en poéticos verjeles como los que admiro desde estas cívicas alturas: no por rendirme á tantas pasadas glorias y antiguas grandezas, sino por verme entre vosotros, nobles, leales y queridos amigos de Viana, porque á vuestro lado, y en vuestros hechos, y en vuestras promesas, y en vuestras palabras, hallo la fe, el ardimiento y la constancia que pueden y que han de reproducir tan admirables sucesos y tan heroicas grandezas para gloria y servicio de Dios, prosperidad y particulares autonomías de la patria, y defensa, proclamación y Gobierno del legítimo Rey. 
Pero si tanto ansiaba este venturoso momento de saludaros, tanto me entristecía pensar que desde aquí y entre vosotros me era forzoso despedirme de la carlista Navarra; porque este adiós de mi corazón parece que me aleja de la felicidad, pues á los que defendemos y amamos las banderas tradicionales, consideramos que la vida y la esperanza residen entre vosotros, y nuestro corazón respira auras de libertad cristiana y huracanes de heroísmo en este país de tan absoluta lealtad como indomables bríos, 
porque la patria de Santo Domingo de Guzman y San Ignacio dé Loyola, de San Fernando y de Sancho el Fuerte, de San José de Calasanz y de San Vicente de Paúl, de Santa Teresa y Doña Blanca, parece que ha enviado á esta incomparable región vasconavarra toda la fe española, toda su patriótica independencia y todo su amor monárquico para que, resguardados y defendidos más en los baluartes de vuestros corazones que en las trincheras de vuestras abruptas montañas, sirvan de infranqueable barrera al liberalismo, que hace casi un siglo se halla pugnando por atravesar los Pirineos y asentarse en esta libre tierra como despótico tirano ó como miserable traidor, brutal Commodo, sensual Vitelio ó artero Framidanio de la presente desdichada centuria; pero aquí, enfrente de esa bandera negra como la duda y la negación, alzasteis el rojo antiguo estandarte de Navarra, que asemeja el manto teñido de divina sangre con que Jesús desde el Pretorio encendía el sol de la fe redimiendo de todas las esclavitudes á la humanidad; y la nueva invasión, más terrible que las destrozadas y vencidas ...
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Otras referencias: