Juan de Dicastillo y Acedo, poeta vianés del Siglo de Oro

Título: Silva a Nuestra Señora de Codés. Dedicada a su Hijo santísimo
Autor: Juan de Dicastillo y Acedo
Fecha: 1642
Publicación: Logroño, por Pedro de Mongastón Fox
Fuente 1: Biblioteca Nacional de Austria
Fuente 2: Google books

En 1642, el mismo año en que murió el escritor vianés Juan de Amiax, autor del famoso Ramillete de Nuestra Señora de Codés, se imprimió en Logroño el poema titulado Silva a Nuestra Señora de Codés del también vianés Juan de Dicastillo y Acedo.
El autor perteneció a una de las familias nobles más importantes de Viana, los Dicastillo, que eran llamados a las Cortes del Reino de Navarra, y poseían un amplio patrimonio representado por una gran casa en la mejor calle de Viana, con su escudo de armas en la fachada,  En su árbol genealógico aparecen además los más notables de Viana y del reino: Acedo, Gúrpide, Góngora, Goñi...
No sabemos cuando nació, y suponemos que fue en Viana, pues sus padres, Martín de Dicastillo y Acedo y Elena de Góngora y Goñi, que se casaron en 1610, eran vecinos de la entonces villa. Su padre fue alcalde de la villa en 1623 y fundó el mayorazgo de los Dicastillo en su testamento de 1626.
[…] porque de la división de [los] bienes resultan grandes inconvenientes y se pierden y destruyen las familias y memorias de las personas nobles e ilustres y por el contrario se conservan y perpetúan quedando enteras y unidas por medio de la institución de vínculos y mayorazgos y los subcesores de ellos quedan más autorizados y honrados con mayor obligación de servir a Dios Nuestro Señor y a los señores reyes y resultan otras muchas cosas en grande beneficio de la república. 
Martín de Dicastillo debió morir joven pues la última vez que fue llamado a Cortes fue en 1624.

Casa de los Dicastillo s, XVII
Calle Navarro Villoslada, Viana
De la educación de Juan de Dicastillo apenas conocemos nada salvo que era hombre de armas, por lo que nos cuenta el propio autor en el prólogo "Al lector" de la Silva. Como noble del reino acudió a la llamada que hizo el virrey Marqués de los Vélez contra la invasión francesa y el sitio de Fuenterrabía de 1638. Se unió a las tropas navarras formando parte de los Novecientos Navarros del tercio de Fausto Francisco de Lodosa. Éstas, junto con tropas castellanas y guipuzcoanas acudieron a rescatar Fuenterrabía del sitio a la que la tenían sometida los franceses, participando de esta forma en unos de los episodios más famosos del imaginario barroco español: el Sitio y Socorro de Fuenterrabía de 1638. La Silva que publicará años más tarde tiene origen en este acontecimiento como cuenta el autor en su prólogo:
Halleme en la ocasión de Fuenterrabía, el año de mil y seiscientos y treinta y ocho, [...]  y el día que se le dio socorro, que fue víspera de Nuestra Señora de septiembre, [...] hice voto de asistir una novena, antes de hacer otra jornada, a esta sagrada imagen de Codés [...] si por su medio fuera Dios servido de librarnos de tan conocido riesgo como universalmente se recelaba.[...] salí sin lesión; y siempre en mis peligros hallé remedio acudiendo a esta soberana imagen. Así por dar algunas señas de agradecido resolví entregar este papel a la estampa pasando del estruendo del cañón al silencio de la pluma sin los reparos comunes de los que exponen sus escritos a la censura pública, pues aunque tenga éste los defectos que prometen ejercicios militares, de cuya turbación se restaura tarde el sosiego de las musas, el dueño, a quién se dedica, y el asunto ha de enfrenar los juicios más severos, y la censura se ha de mudar en respeto y devoción.
Su hermano Gregorio murió en la toma del castillo de Salses, en el Rosellón al año siguiente. Conocemos los nombres de sus hermanas Isabel, Magdalena y Josefa María (n.1623).  En 1646 le fue reconocida la concesión de asiento en Cortes como cabeza de los Dicastillo de Viana y fue convocado entre 1646 y 1652. Se casó con Lorenza de Torres y Larraga y fue padre de Juan Domingo de Dicastillo y Acedo (n.1643), que llegó a ser caballero de Calatrava (1656), alcalde de Viana en varias ocasiones y que fue reconocido heredero del asiento en las cortes desde 1687.

La escasa obra poética conocida de Juan de Dicastillo y Acedo es la siguiente:
  • 1638. Décimas a Diego Felipe Juárez, Beneficiado de Falces, autor de Triunfo de Navarra y victoria de Fuenterrabía
  • 1642. Silva a Nuestra Señora de Codés
  • 1644. Poemas en memoria de la reina Isabel de Borbón
    • Décima. "Con acertada elección..."
    • Canción. "Del umbroso Aranjuez en la frondosa..."
    • Epitafio. "Yace a túmulo breve reducida..."
  • 1653. Soneto a Francisco Jacinto Funes de Villalpando, autor de Lágrimas de San Pedro. 1653
Décimas al autor
Incluido en Triumpho de Navarra y Vitoria de Fuenterrabía.  Diego Felipe Juárez, Beneficiado de Falces. Impreso por Martín de Labayen; Pamplona. 1638





Alarido es en la fama
lo que silenció en tu pluma;
en números, esta suma,
lo que aquella en voces clama
No de los siglos la llama
al tiempo usurpe esta gloria,
que si vive la memoria,
hoy, por Homero del, Xanto;
mas siglos debe a tu canto
el triunfo desta victoria.

Silva a Nuestra Señora de Codés
Este pequeño libro de unos 20 cm de altura y 48 páginas se imprimió en el taller de Pedro de Mongastón Fox, en Logroño en 1642.

Aprobación por fray Gonzalo de Arriaga
Licencia por Juan Buatista de la Rigada
Poema en latín de Sebastián Matienzo, jesuita
Al lector
Dedicatoria
Silva

Una silva es un composición poética compuesta por versos endecasílabos y heptasílabos, de rima consonante libre que hasta permite la licencia de dejar algún verso suelto sin rima. Fue el tipo de estrofa por excelencia del culteranismo, en pleno Siglo de Oro español, cuyo máximo exponente fueron las Soledades (1613) de Luis de Góngora (con quien curiosamente comparte apellido el  autor de nuestra Silva).
De esta fuente bebe en abundancia nuestro autor en su poema dedicado a la Virgen de Codés, que se venera en el santuario de Nuestra Señora de Codés, en Torralba del Río (Navarra), situado en un paraje boscoso a las faldas del monte Ioar en la sierra de Codés. La imagen de la Virgen es una talla gótica del siglo XIV y empezó a cobrar fama de milagrosa a partir de la costumbre iniciada por su capellán Juan de Codés, a mitad de siglo XVI, de usar paños bendecidos al ser pasados por la imagen para sanar diversas heridas y enfermedades. Su veneración se extendió desde fines del siglo XVI por toda la zona y en los años de publicación de la Silva se estaba ampliando la iglesia del santuario por haber quedado pequeña.


Silva a Nuestra Señora de Codés.

  Yace en la parte citerior de España
Cantabria belicosa,
estrago ya, si se admiró portento,
de los siglos fue hazaña,
empero lastimosa,
y trágico ejemplar al escarmiento:
si bien de su ruina;
son consuelo feliz graves historias,
que sus triunfos refieren y sus glorias.

   Refieren pues, que cuando
este lugar famoso
era Nínive infame con sus vicios,
disposición divina
a San Millán de la Cogolla ordena,
que, del monte dejando
los sagrados y verdes edificios,
camine a la Ciudad, y por sus plazas
le publique de Dios las amenazas.

   Llega el segundo Jonás obediente,
y con voz, aunque trémula, elocuente
el decreto le intima riguroso,
que a sus delitos corresponde atroces,
sorda empero a sus voces,
ni la ocasión enfrena
que dispone el estrago,
ni teme el fin, que anticipó el amago.

   Retírase lloroso el santo viejo
a sus dulces, y amadas soledades;
gime que menosprecie su consejo
aquella ciudad bella,
gloria entonces de todo el hemisferio,
y lástima después a las edades.

   Vivió en quietud dichosa en su retiro,
y volando al zafir luciente estrella,
ofreció a Dios el último suspiro.
El año de quinientos, y setenta,
y cinco el grande Imperio
de los Godos regía
Leovigildo magnánimo, y valiente
uno después, que en la región del día
el número feliz Millán aumenta,
cuando la goda gente
conduce el rey intrépida, y osada
contra la gran ciudad tan olvidada,
de Mavorce, y sus bélicas fatigas;
remite pues el ocio, en que reposa,
y al resonar la trompa generosa
previene las lorigas,
y olvidados arneses,
y encierra cauta las tostadas mieses
preveniendo reparos a su ofensa,
y ofreciendo la vida a su defensa.

   ¡Pero qué mal! que en vano
se resiste al decreto soberano
la prevención humana.

   Piélago fue de incendios, y de grana
líquida en tristes ríos
la noble sangre de sus nobles bríos;
como suelen tal vez raudas corrientes
del labrador la rústica esperanza
defraudar con la lluvia repentina,
y los tiernos cogollos florecientes
con inmatura, y mísera mudanza
pasar de la belleza a la ruina;
así Cantabria hermosa,
que a las claras estrellas
contó las luces bellas,
entre su mismo incendio mariposa
en urna fatal yace,
si bien, cual fénix, a la edad renace
volando su memoria
en las eternas plumas de la historia.

   De Cantabria en cenizas convertida
la imagen bella de la Virgen santa
traslada de Ioar a la montaña
cristiana gente, que la triste vida
defiende huyendo con ligera planta;
y si la tradición no nos engaña
Virgen la llaman de Cadés, si agora
una letra mudada
es comúnmente de Codés llamada.

   A esta divina Aurora
oculto albergue a su deidad sagrada
en los senos construyen de aquel monte
cuya erizada frente
en los albores rojos del oriente,
y en las caducas luces del ocaso
mira luciente paso,
conque Pirois y Aetonte
conducen de Faetón el carro de oro,
hasta que el sonoro
cristal Tetis divina
urna ofrece a sus rayos cristalina.

   No turba de sus cumbres el reposo
el Euro proceloso,
ni su ceño elevado
se ve de parda nube coronado;
pues penetrando la región del viento
preside este elemento,
y preside a la nube,
por mas que al Cielo sobre el aire sube.

   A la región del fuego
extiende su osadía
desta Montaña la sagrada altura,
si bien de su ladera el fértil riego
resuelta en agua transparente, y pura
la nieve, que conserva intacta, y fría,
procesen bulliciosos arroyuelos,
que despeñados bajan de los cielos,
bien que de paso baña fugitiva
su corriente espumosa
de la montaña el verde laberinto:
cuya tejida frente
al que abrazó en laurel la ninfa esquiva,
y malogrado en flor lloró a Jacinto,
el Imperio luciente
de su carrera hermosa
resiste con sus frescas ramas bellas;
si acaso alguna dellas
el viento arrebatado
no precipita en el desperdicio al prado,
y entonces en la yerba
sus rayos introduce,
donde, a pesar de la arboleda, luce.

   Teje el manto frondoso
que la grama conserva
del rubí de los cielos nacarado,
la antigua encina, y el madroño umbroso,
y el acebo de espinas coronado
con las hayas, que verdes obeliscos,
mas allá se levantan de los riscos.

   También adornan la estación fragosa
el avellano, y robre con su hojosa
florida majestad, y el verde aliso
verde dosel a la montaña forma,
y otros forman mil plantas enlazadas
de hojas propias, y ajenas coronadas.

   Otro dosel disponen de esmeralda
los bojes, y lentiscos en su falda,
y en su cima los tejos colocados,
también aumentan sombras pastorales
cuantos enebros y sabinas cría,
y aquel joven, que tuvo humana forma
ahora yedra, si entonces era Ciso,
que por las densas ramas se entreteje,
y con sus hojas todo monte teje:
cuyos soberbios riscos elevados,
aunque al cielo Gigantes se avecinan,
no a penetrar se inclinan
el estrellado velo;
porque en su falda misma está su cielo;
y por besar las plantas de María
dejarán la región ardiente, y fría,
y humillaran sus frentes
a su apacible falda,
y en el cambio lograra su deseo
mas nombre, que en sus cumbres, sacro empleo.

   Mas, ya que no es posible, blandas señas
de su amor, y obediencia dan las peñas
en mil sonoras, que tributan, fuentes,
que con los labios de líquidos cristales
besan del templo santo los umbrales.

   O lloran las montañas
humedeciendo flores y espadañas
lo que la falda de sus cumbres dista;
o con atenta vista
penetrando del monte el verde manto
buscan la recompensa de su llanto;
y el templo miran que su falda crece,
donde la palma de Cadés florece.

   En el fragoso horror de su esmeralda
discurre el homicida,
de Adonis bello, el jabalí sangriento,
y el animal, que al viento
con planta voladora
ligero desafía,
príncipe fue Tebano,
si infausto ciervo agora
o paco el monte huella, o pisa el llano.

   También su seno vive cavernoso
de iras armado amenazante el oso,
y el lobo robador, que en la sombría
densa estación de sus horrores nace,
si bien el corderillo sin temores
cogollos tiernos de la yerba pace;
que en estos montes fríos
disimulan sus bríos,
y esconden sus rigores
los lobos robadores,
y los osos airados,
conque sin guarda viven los ganados,
los demás, que fatigan la intrincada
maleza en la montaña florecida,
son delicia apacible de los cerros,
no asombro de los perros.

   Cerca también habita de su cumbre
el águila soberbia y coronada
disimulo de Júpiter amante,
cuando un tiempo volante
arrebató de ida
el garçon, que le sirve la bebida.

   Y el azor, que es del viento
ligera pesadumbre,
en que fue convertido
por Ysen ninfa bella,
quien comunica luces a la estrella
menor del firmamento,
y del mayo florido
es origen bizarro,
cuando visita el toro con su carro.

   También las peñas otras dulces aves
alegres pueblan, que con voces suaves
cantando por sus frescos horizontes,
son confusa armonía de los montes.

   Del verde honor en la estación umbrosa,
donde espumosa suena bulliciosa
fuentecilla risueña,
que nace al pie de una elevada peña
junto a unos pardos riscos,
que en forma se levantan de obeliscos,
la Inmaculada Concepción divina,
nevado lilio sin pungente espina,
tiene un devoto templo dedicado,
vive allí un sacerdote retirado
mas ha de años cuarenta,
los de su edad son cerca de noventa;
él un nuevo Macario,
o, venerable Arsenio solitario.

   Allí, desde las horas,
que sepultan el día,
y a densa noche fría,
suceden las auroras,
en oración ardiente
lo pasa el retirado penitente.

  Restaurase la luz, Febo amanece;
y, habiendo algún espacio reposado,
da gracias al autor de tierra y cielo,
y cuando el azul velo
algo colora mas Heoe, y Phlegonte,
baja de la aspereza de aquel monte
por escabrosa senda
a éste de Codés templo soberano.

   Dice misa el anciano
la faz bañada en llanto numeroso,
que brilla más entre sus blancas canas,
que las perlas indianas,
o las que observan conchas Entrezas,
o que flores hibleas
escarchadas de cándido rocío,
vuelve al monte sombrío,
antes que el sol encienda
las fugitivas sombras,
y en sus rudas alfombras
tal vez de su aspereza fatigado
fía los miembros graves,
prosigue su camino,
llega al templo divino
el viejo anacoreta
con amor recebido de las aves
huérfanas sin su amada compañía,
y en su región quieta
no del fervor antiguo desfallece,
que al paso, que la edad, el fervor crece;
y aun así con temores de si mismo
espera el postrimero parasismo,
claro de sus virtudes testimonio.

   Y al modo que el Doctor Máximo cuenta,
que en el desierto Pablo el ermitaño
preguntaba del mundo al grande Antonio,
así tal vez, que yo le visitaba
con tanta sencillez me preguntaba,
¿quién en el Orbe reina? ¿qué señores
son Príncipes en él, o Emperadores?
¿dura la invidia? ¿hay enemistades?
¿viven en los Palacios, y Ciudades
la adulación, y al amistad fingida?
¿a la verdad prefieren el engaño?
¿incita siempre el parche temeroso
la aborrecida guerra? ¿o al reposo
se entregan ya los hombres fatigados,
y al surco restituyen los arados?
¡oh, dichosa quietud, oh, albergue puro!
para la tempestad puerto seguro,
¡qué hinchada forma la ambición humana!
¡oh, mil veces felices soledades¡
escuela; donde enseña el desengaño,
la continua miseria desta vida
en la misma experiencia no entendida!
deste pues monte en las floridas faldas
ya casta Biblis corre sonorosa
sin acordarse del esquivo hermano,
las apacibles señas del verano,
con que Vertumno teje sus guirnaldas,
y aumenta de las selvas la hermosura,
traslada en su corriente clara, y pura.

   Vive en las ondas de otra fuente hermosa
la ninfa siciliana
sin que consiga Alfeo
en sus honestas aguas su deseo.

   Entre las grutas de otra peña mana
Egeria condolida
por la hermana de Febo convertida
en ondas cristalinas
antes en las montañas Aricinas
alegre en vagos trasparentes yelos,
olvidados de Antiope los celos
discurre Dirce por la falda umbrosa
corre apacible blanda, y amorosa
argentando del monte la arboleda
con la corriente de sus aguas leda.

   Festiva el valle baña floreciente
Cyane transformada en sacra fuente,
y divierte las penas
de la hermosa robada Proserpina
con habitar esta región divina.

   En erizadas ondas, o serenas
otras fecundan fuentes el sagrado
sitio al lilio entre espinas dedicado:
nacen en el silvestres rosas varias,
que sin cultura crecen voluntarias
emulando sus ruidosos colores
cuantas producen los jardines flores;
pues invidia su gala y hermosura,
el que en la margen de una fuente pura
en la flor de su nombre convertido
es majestad al mayo florecido;
y aquel joven de Venus tan amado
que anticipada herida
redujo a Idalia flor, su edad florida,
cuando Marte celoso
troncó la vida al cazador hermoso,
quedando su hermosura desmayada
purpurea así como la flor ajada.

   Y aquellas que en sus hojas
escriben quejas Ajax, que de Aquiles
las nobles armas fuertes
se entregaron al hijo de Laertes,
y Jacinto en las rojas
letras el sentimiento
conque Apolo lloró su fin temprano.

   No nace al fin ninguna en el verano
los mayos coronando, y los abriles,
que su esplendor no inclinen, y ornamento
a las fragrantes deste monte rosas,
que sin cuidado nacen tan hermosas.

   Tan lindas son, que durarás, si el día,
cuando empieza a seguir la blanca Aurora,
de sus hojas traslada las colores,
o si las frescas flores
usurpan en su Oriente
la púrpura que brilla más luciente.

  En esta pues, habitación de Flora,
que a Tesalia olorosa desafía,
de la sin par bellísima María
se levanta modesto el edificio;
no crece con soberbia arquitectura
de la montaña a la vecina altura
si bien atento el arte
en la más superior, o inferior parte
del chapitel divino,
o de la humilde vasa
ajusta las distancias, y compasa
sin perdonar primor al artificio.

   Está al templo un jardín fresco vecino
de diferentes árboles ornado
siempre ricos de flores, o de frutos
de los opimos fértiles tributos,
que de sus senos el otoño libra
cuando visita el Sol luciente a Libra.

   Sus estancias frondosas
florida adulación a los abriles
mas son original, que no traslado
de los huertos Alcinoos, o Pensiles,
la rosa allí con natural vergüenza
los nudos desatando de la trenza
que entorno ciñe sus primicias rojas,
ya luminosa flor, ya Elysia estrella
cuanto menos se ve luce mas bella.

   Encendido el clavel purpúreas hojas
de su crespo botón ostenta ufano,
y el cercado de olores enriquece.
En su obelisco cándida florece
la gallarda azucena
émula blanca de las rosa amena.

   Otra nevada rosa se aparece
(menosprecio argentado a las pomposas
que tiñe el rosicler) en la esmeralda,
que es cuna verde a su niñez florida,
del flagrante jazmín fresca guirnalda
viste el cercado entorno,
con amarillo adorno
en su trémula rama
asiste la retama.

   Allí el árbol temprano
anticipa las señas del verano
por Demofonte acelerando rosas;
y el moral, que su fruta antes nevada,
y la tiñó de purpura sangrienta
la que vertió de su amorosa herida
Pyramo al despedirse de la vida,
mayor cordura en florecer ostenta
escarmentado en el almendro verde,
que su honor frustra, y su esperanza pierde.

   Pródiga de rubíes la granada,
por reina de las frutas coronada,
su rosado color esparce al viento,
y Clicie siempre en su amoroso intento
sigue su sol, desde que nace el día,
sin permitir descanso a su porfía.

   Allí ostenta su nácar la manzana
con menosprecios de la tiria grana.
Y allí ostentan al fin frutos, y flores
más sazón, más fragancia, y más colores.
También contiene la estación umbría
de abejas la república estudiosa
idea perfectísima a la humana.

Eligen rey con natural decoro
coronado de escamas rojas de oro;
no empero de rigores coronado;
mas si de majestad. Si sale al prado,
o a la intonsa montaña,
cuando el abril de flores se corona,
y es todo vanidades de Pomona,
el encambre le cerca, y acompaña,
y en escuadrón alado
a las flores más frescas, y escogidas
las fragancias usurpa dulcemente:
y si el caudillo siente,
que la rosada pompa de sus vidas
el susurrante ejercicio desflora,
tropa luego conduce exploradora,
que el campo reconozca convecino,
si de romero se compone fino,
tomillo hybleo, o variedad rosa.

   A su ejercicio vuela argumentosa,
y la confusa selva examinada
en susurros explica si encarnada
vive la rosa en su primer espina,
o florece la rubia clavelina;
a la tarde a su albergue reducidas
una abeja, que en torno dellas vuela
con dos, o tres susurros alterados
al sueño las dispone, y de repente
enfrenan luego todas su armonía.

   Madruga la oficiosa centinela,
y con el mismo ruido,
que las dispuso al sueño,
(si apacible ha de ser, y claro el día)
concita al numeroso enjambre leve
a despojar segunda vez los prados.

   Sale marchando el escuadrón sonoro,
y en el campo risueño
otra vez en escuadras dividido
cada cual a su oficio se dedica,
una al jazmín se aplica,
otra al clavel florido
esta el Anetho liba, y el Acantho,
aquella en Amarantho,
esotra de la Aurora en lirios bebe
el humor matutino,
o inquieta chupa alguna intacta rosa,
o profana la cándida azucena,
o de los arroyuelos transparentes
gusta la superficie a los cristales;
y todas a su breves celdas de ori
el rocío trasladan, y las flores:
en edad las mayores
fabrican los panales;
las más adolescentes
la materia florida
dispuesta, y prevenida
con el humor ministran cristalino,
que lloró el Alba hermosa,
de cuya confección la miel resulta.

   También en su arboleda amena y culta
las apacibles aves
con canciones suaves
sirviéndoles las fuentes de instrumento
son lisonja dulcísima del viento
allí cuenta su agravio Filomena,
y en otro ramo el jilguero suena,
la Torrola amorosa
en triste contrapunto
a su esposo difunto
las obsequias celebra,
y con su llanto todo el monte quiebra.

Allí las frescas Dryas
las verdes, y apacibles Amadryas
del bosque Semideas
las Náyades del rio, y las Napeas
de las cándidas fuentes,
las Henides del prado
en la umbrosa defensa, en el sagrado
desta densa espesura
allá estación su honestidad segura:
pues no profanan con lascivas plantas
estos valles floridos
sátiros de las selvas malnacidos.

   Callen, monte divino
con tu falda, y extremo
el Rhodope, y el Hemo
el Pyrene, Moncayo, y Apenino,
pues todos ceden su arrogancia bella
más que a tus verdes cumbres, a la estrella
que tu falda corona floreciente
con más luces, que rayos el Oriente.

   Esta feliz montaña
yace en el valle de Aguilar que yace
en el Navarro Reyno belicoso
firme seguridad de nuestra España
no el nombre de Ioar conserva agora
que de Codés la palma en el monte apenas
en sus faldas amenas
vio colocar, cuando a su dicha atento
de verdades glorias avariento,
el de Codés usurpa venerado
en donde el día muere, y donde nace,
de Torralba a la Villa
(torre de Alba, pues la Virgen brilla
en su región serena
para farol universal de tantas
gentes, como frecuentan su luz pura
que los guía en los riesgos, y asegura)
está como dos mil pasos distante,
en lo civil sus leyes reconoce
bien en lo espiritual la sacra silla
Episcopal de Calahorra ordena
lo que al culto del Templo pertenece
porque igualmente con Navarra goce
el Reyno de Castilla generoso
(en ambos el imperio dividido)
la flor intacta de Jesé fragrante
o el claro resplandor conque amanece
la palestina Aurora.

   En este monte pues se dio ufana
la imagen de María soberana
oculta muchos días,
como en el mar del sur en ondas frías
suele en la concha estar la perla hermosa,
poca noticia a la verdad se debe
en el siglo pasado:
solo consta, que en una ermita breve
toda cubierta de ásperos espinos
se apareció la imagen milagrosa
si bien no edades, cuantas
a la nuestra de entonces han corrido
(!oh mal en aquel tiempo introducido!)
empero, no la rosa
corona en el abril la verde espina,
como en la falda la azucena fina
de los valles, invidia de los montes,
coronó sus felices horizontes.

Ignoraron los fieles peregrinos
este asilo dichoso
hasta el año de mil sobre quinientos,
y veinte y tres, que infames bandoleros
que huyendo de sus mismos desafueros;
se retiraron a un lugar fragoso
desta inculta montaña,
donde el castillo estaba de Malpica
despoblado aunque fuerte:
Eran ministros tristes de la muerte
fatigando la mísera campaña;
entre otras muchas, una indigna hazaña
cometió su osadía.

   Cerca de aquellos montes discurría
un hombre pobre acaso,
bajaron de las cumbres a lo raso,
y quedó incautamente
en su poder el mísero inocente;
multiplican prisiones,
y él a la Virgen santa multiplica
fervientes oraciones
viéndose de su favor destituido
a esclavitud perpetua reducido:
una mañana al fin antes del alba
(¡oh divinos portentos!)
Con las mismas prisiones que tenía
aparece del templo a los umbrales:
y al tiempo que la aurora
nuestro horizonte con la luz colora
a unos pastores, que iban de Torralba
a la sagrada ermita, el caso cuenta;
celebran con silencio los pastores
tan no vistos favores.

   Con maravillas tantas
crece la devoción, y se frecuenta
este albergue devoto
auxilio universal de los mortales:
de su noble pared lo digan cuantas
penden de los milagros las señales
para adorno piadoso de su templo.
Sea la tabla del mar también ejemplo,
cuando ya ya confuso el naufragante
entre las ondas lucha,
y los euros y notos solo escucha,
que entonces (Virgen bella)
como del mar estrella
con risueño semblante
reducís a templanza el repetido,
y soberbio alboroto,
cuando aún no pronunció distinto el voto;
y luego las arenas
besa del dulce puerto,
si antes temió en el mar sepulcro incierto;
y aquél, que con pasiones
mortales oprimido
de la fatal ardiente calentura
restaura, y asegura
el término a sus años,
o al contacto dichos de los paños,
que en vuestro templo se bendicen,
o al reformar divino
vuestro nombre admirable
el que antes ciego fue, y el mundo hable:
pues inocuan apenas
vuestra deidad sagrada,
cuando la voz, y vista deseada
logran sus oraciones.
Refiéralo también el peregrino,
y porque con los siglos se eternicen
tan no vistos portentos,
hablen todos por sí los elementos,
si al dulcísimo nombre de María
su actividad no pierde cada uno;
dígalo el naufragante de Neptuno
si obedecen sus ondas,
y áquel lo diga, que en las grutas ondas
de las prisiones graves,
donde apenas el sol se introducía
Dédalo milagroso, sino alado
surcó el imperio vago de las aves,
cuando se vio por vos restituido
a su patria felice
soberana señora? bien lo dice
aquél que con la fiebre fatigado
a vuestros sacros lienzos reverente
sus efectos desmiente.
¿Cuántas veces la tierra ha obedecido
a vuestra heroica planta?
el extranjero, y natural lo canta
en himnos dulces graves y sonoros
a imitación de los celestes coros.

   Yo también (Virgen santa) que en la guerra
heroico honor de mi Navarra tierra,
cuando afuente. Rabia
con asedio oprimía
el Príncipe de Condé generoso,
al resonar el parche belicoso,
y al decir  Torrecuso cierra cierra,
los valientes Navarros
los reductos embisten,
y fin al principio con ardor resisten
los franceses bizarros,
a su osadía cede su aturdimiento,
y aunque ofuscado el viento,
y los montes confusos, y los mares
del rimbombar de tanta artillería,
y de mosquete tanto,
que escupe rayo tronador violento,
en el riesgo seguro
siendo vuestro favor próvido muro,
fui alguna parte en tan ilustre hazaña
generoso esplendor de nuestra España.

   Con santa admiración y afecto santo
a la fama de casos tan divinos
concurren los vecinos
y remotos lugares
poblaciones parecen los caminos
muchos se erigen en la selva altares
por el continuo numero devoto,
que éste frecuenta templo soberano,
el alto monte, y espacioso llano
embaraza su número infinito,
no el silencio profana un solo grito,
ni la quietud altera un alboroto,
que elevados veneran la hermosura
la devoción, respeto, y compostura,
que los suspende al fin y los enfrenta,
no es su color honesto de azucena
moreno es, pero hermoso,
y por eso su esposo
en su aposento santo la introduce,
son sus sactos cabellos
golfos de luces bellos,
que oscurecen al Sol en el oriente,
es su divina frente
plata serena, y pura,
que a rayos más que el firmamento luce
las cejas de sus ojos
son origen del Iris, que con rojos,
blancos, verdes colores
en arqueado y luminoso giro
serenidad señala en el zafiro.
Y son sus ojos graves,
como aquellos hermosos de las aves
en que vio transformada su hermosura,
la Babilonia reina generosa,
que ejército de Marte los rigores.
Son sus mejillas de color de rosa,
o purpúreos fragmentos de granada;
su boca delicada
cinta de nácar olorosa, y breve,
a quien el Tirio sus colores debe;
y sus cándidos dientes
de aljofares lucientes,
que con el Alba vergonzosa nacen.

Es su garganta de ébano bruñido
y sus dos sacros virginales pechos,
cual cachorrillos dos, que lilios pacen,
gemelos de una cabra en elegido
de la montaña herbosa,
no de la blanca leche satisfechos,
o acaso de los lilios engañados,
que tanto a su alimento se parecen,
cuando cándidos nacen, y florecen,
conque en vez de licor suave, que pierden,
los cachorrillos de los lilios muerden.

   De seda y oro con primor labrados,
a quién Aracne venera atenta,
su deidad cubren transparentes velos;
que cual suele en los cielos
nube parda, o sangrienta
negar luces tal vez al Sol hermoso,
así el cendal luciente
a este Cedro del Líbano oloroso
disimula tal vez, y tal dispensa
en sus embozos majestad inmensa.

   En su siniestro lado
reside el niño Dios Verbo encarnado
del modo, que en la vara florecida
suele una rosa estar con otras unida
y así en la vara de Jesé olorosa
rosa es el niño de la Virgen rosa
de fina plata cándida, y bruñida
penden lámparas ricas trabajadas
con lo más superior del artificio,
que en las lucientes, y nocturnas horas
permanece con eternas brilladoras
cuyas luces conserva
el árbol venerado de Minerva.

    Un sacerdote asiste
con dos, o tres personas dedicadas
al culto reverente
deste votivo templo de María,
desde que el alba introduciendo el día
de rosicler se viste.
En él celebra atento
aquel incomprehensible sacrificio,
donde Cristo incruento
en círculos de nieve
su inmensidad reduce a esfera breve,
el sagrado ejercicio
prosiguen sacerdotes virtuosos,
que la casa visitan milagrosa,
y al tiempo que en los blancos accidentes
se esconde enamorado
incircumscripto Dios Sacramentado,
los líquidos cristales espumosos,
los apacibles vientos,
la blanda de las aves melodía
en alegre armonía
con no aprendido canto
están como diciendo santo, santo;
que en vez de concertados instrumentos,
y voces delicadas
tiene esta iglesia cítaras templadas
de numerosa pluma,
y la esposa de Numa
con el viento, y las otras claras fuentes
que forman mil canciones diferentes.

   Crece la luz, prosigue el carro de oro
por la eclíptica hermosa del Zafiro,
de los caballos el fogoso tiro
colora el occidente,
y al terminar el día
en alternado coro
el concurso feliz de aquella gente
la Salve a la sagrada Virgen canta,
que el auxilio a sus ruegos adelanta;
luego metal sonoro
blandamente impelido
en la montaña esparce dulces señas
a repetir el ave
con que el Cherub hermos reverente
saludó en Nazareht la Virgen pura.
Al misterioso acento
enfrena el movimiento
el arroyuelo manso,
la fuente no murmura,
el animal, y el ave
tributan atenciones
y los vientos nos espiran;
las elevadas peñas
en sus cóncavos huecos
con repetidos ecos
dicen Ave María;
y cuanto al fin el verde monte cría.

   Muchos luego al descanso
de la oración ardiente se retiran;
otros en vela están la noche densa,
y hasta que el alba púrpuras dispensa,
cuando rosada el horizonte pisa,
con festivas canciones
aquellos peregrinos
Orfeos sacros son, cisnes divinos.

   Tal vez sucede el llanto,
que lágrimas alterna con el canto
vos le mudáis en risa,
pues en el llanto dais la recompensa;
porque es favor, si parecía enojos,
lo que distila el alma por los ojos.

   Vos Virgen, vos señora,
que sois como el Aurora,
que se levanta en rosicler bañada,
como la luna hermosa,
como el sol escogida,
terrible cual batalla rigurosa
en las opuestas aces ordenada,
vos que espiráis olores, así como
el bálsamo, la mirra, y cinamomo,
propicio norte al mundo
en el mar peligroso de la vida,
luz del entendimiento,
por quien la vara de Jesé florece,
asombro del profundo de santidad portento,
espejo que el aliento no le empece,
honestísima rosa
de Jericó, por quien la excelsa puerta
del Olimpo feliz omnipotente,
que la cerró el pecado,
aquel decreto antiguo revocado,
ya se permite abierta
sin recelos del mal de la manzana
por vuestro medio noble Capitana
esperanza dichosa,
que a las quejas del mísero doliente
no se le niegan jamás vuestros oídos.

   De mis años perdidos
hago a vuestra Deidad victima pía,
recompensen mis llantos repetidos
mis mal vividos años florecientes,
sucedan tristes en mis ojos fuentes
para ser digna ofrenda de María
antes que en flor conozcan el ocaso.

   Pluma remite el vuelo,
no te remontes presumida al cielo,
pues ni las azucenas,
ni jazmines nevados,
los purpúreos claveles, ni las rosas,
las perlas de los ríos, las arenas,
las montañas, las selvas, ni los prados,
de Nereo las ondas espumosas,
la nieve de los montes, ni el rocío
que imbidian los cristales de aquel río,
los átomos del sol, ni las estrellas,
ni las sombras, que al sol el rojo paso,
sepultan en el lóbrego occidente
los peces de Anfítrite, de las aves
sus plumas leves, ni las piedras graves
de los soberbios riscos,
las hojas de los robres, y lentiscos
las siempre luces bellas,
con que amanece el hijo de Latona,
cuanto producen Cloris y Pomona,
las lluvias, ni las alas de los vientos,
lo que incluyen en sí los elementos,
si con distinto canto
y voz articulada
ecos lenguas de vos, dulce María,
se empeñaran a tanto,
como cantar vuestra beldad sagrada,
fuera vano el intento, y la osadía
porque decir quien sois jamás presuma,
ni la edad, la elocuencia, ni la pluma.
FINIS

Soneto a Francisco Jacinto Funes de Villalpando
Incluido en Lagrimas de S. Pedro.  Francisco Jacinto Funes de Villalpando. Impreso por Martín de Labayen; Pamplona. 1653

Cantas, oh Cisne, en medio las corrientes
De dos Sagrados Ríos Lagrimosos
Cuyos cristales, si antes presurosos
Asisten a tu voz retrocedientes.

Los líquidos diluvios transparentes
En tus ecos resuenan numerosos,
Sonoros los acentos dolorosos,
Y dulces los suspiros penitentes.

Cisne que muere al fin en Sacros Ríos,
Mejor que del Caistro en las Riberas
Cantas Lágrimas tiernas, mas no tristes.

Pues aquellos cristales Sacros, píos,
Iris con esplendor de Primaveras
De colores bellísimos los vistes.


Referencias