[...]Muchas veces, abandonando el libro Mayor y tomando las riendas, en el cochecito de su tío iba a Logroño, a Elciego, a La Bastilla, a Viana, para los negocios de vinos de la casa, y con frecuencia tenía que verse con los jefes del ejército.[...]
[...]Estas tres torres del pueblo, la de San Juan, la de Santa María, la de Sancho Abarca, servían para el telégrafo de señales con que el ejército se comunicaba con Viana y con otros pueblos de alrededor.[...]
[...]Uno de los muchachos que se había hecho amigo de Pello, buscando su arrimo, era Antonio Estúñiga, el hijo de un rico hacendado de Viana.[...]
Zalacaín el aventurero. Pío Baroja. 1909
Capítulo XII.
[...]Ya estaba clareando; nubarrones de plomo corrían a impulsos del viento, y en el fondo del cielo rojizo y triste del alba se adivinaba un pueblo en un alto. Debía de ser Viana.[...]
Iacobus. Matilde Asensi. 2000
[...]Como ya era habitual, en la aljama de Torreviento, en Viana, nos informaron de que Sara acababa de marcharse apenas unas horas antes. Estábamos realmente tan quebrantados por la batalla contra el vendaval, que nos detuvimos a descansar en un hostal de la ciudad, el de Nuestra Señora de la Alberguería, donde unos criados nos ofrecieron una hogaza de pan excelente y un ánfora de inmejorable vino de la tierra. Jonás, que estaba callado como un muerto de puro cansancio, se tumbó sobre el banco en el que se hallaba sentado y desapareció de mi vista detrás de la mesa.[...]
[...]—Yo estuve en la cuchipanda de San Fausto, pues, en el mes de Agosto… —dijo el otro—. Maté más cristinos que pelos tengo en la cabeza… Pero en Viana, el 3 de Septiembre, ya sabe… me atizaron un tanganazo en la pierna, y aquí me tiene en la impedimenta, que es muy aburría… En cuanto pueda me vuelvo a mi casa, donde hago más falta que aquí, ridiós… A la guerra le llama a uno el gustico que da, pero también llama la casa, y el aquel de la paz…»[...]
Episodios Nacionales. Vergara. Benito Pérez Galdós. 1899
Capítulo XVI.
[...]En tal estado, y siempre en seguimiento del Cuartel General, pasó el puerto de Población. Dos días de descanso en Eripán, donde le deparó Zabala un buen alojamiento, fueron el comienzo de la recuperación, que había de ser completa dos semanas más tarde en la histórica y por tantos títulos famosa ciudad de Viana.[...]
[...]Mientras se disponían los elementos necesarios para la expugnación de Labraza, pasó Espartero a Viana, donde estuvo dos días, y de allí a Logroño, ávido de un breve descanso en su casa. No le vio Calpena al partir; pero tuvo conocimiento de que el ilustre Caudillo no le olvidaba, por un recado amistoso que Zabala le transmitió, con estas palabras que de confusión le llenaron: «El General, además, te ruega que le esperes aquí, a su regreso de Logroño, pues tiene que hablarte». Por más que se devanaba los sesos, no acertaba D. Fernando en el descubrimiento del negocio que con él quería tratar el conde de Luchana. «¡Hablarme a mí! ¿De qué...?». Y en esta incertidumbre vivió una semana, aguardando la solución del acertijo, con el gozo de ver restablecida gradualmente su salud, pues las aguas y los alimentos de Viana hicieron entrar en razón a su estómago. A los pocos días de descanso y vida regalona en pueblo tan interesante, pudo montar a caballo y dar buenos paseos con sus amigos por el camino de Logroño, hasta llegar a los cerros donde se descubre el curso del Ebro caudaloso, la mole de la Redonda y el caserío y torres de la capital riojana.
Grata fue la resistencia del caballero en aquel pueblo de tanta nombradía en los anales de Navarra y de Castilla; disfrutó lo indecible examinando las señales y vestigios de nobleza en calles viejas y palacios desmantelados, en las antiquísimas iglesias de San Pedro y Santa María. Mucho había que leer en aquellas piedras. Los curas del arciprestazgo y los regidores de la ciudad franqueábanle códices y papeles interesantísimos, donde vio y gozó históricas hazañas, como la defensa que hizo el esforzado mosén Pierres de Peralta contra las tropas del Rey D. Enrique II, y los horrores de aquel memorable sitio en que las mujeres, así casadas como doncellas, manejaban las bombardas, trabucos, cortantes y otras diversas artillerías. Y fue tal el hambre que pasaron los vianeses, que viéronse obligados a comer caballos e otras fieras inusitadas, según reza un viejo pergamino. En la guerra de los Beaumonteses, que arrancó a Viana de la corona de Navarra para pasarla a la de Castilla, también había mucho digno de perpetuarse para ejemplo de los presentes. Vio D. Fernando el sepulcro de César Borja, duque de Valentinois, que allí murió, y los de otros ilustres varones de aquella tierra.[...]
[...]Llegó por fin la ocasión que tan vivamente deseaba Calpena, y viendo entrar a Don Baldomero en Viana al caer de la tarde de un caluroso día de Julio, no tuvo sosiego para esperar a que el General le llamase, y se fue a la casa de los Tidones, donde se alojaba, y solicitó audiencia, que al instante le fue concedida. Sentábase a la mesa D. Baldomero para cenar con el Arcipreste Don Alonso de Aimar, con el alguacil mayor o Merino, D. Lázaro Tidón, tres señoras de la familia de Tidón y Asúa, el General Van-Halen y otros; y convidado Fernando, aceptó gustoso la grata compañía. Hablando de la guerra, dijo el de Luchana con su franca llaneza: «No me la dio Maroto... Ya me había tragado yo que no vendría. Le conozco, es muy ladino, y no quiere comprometer el mando, que deseaba y que no le conviene soltar...». Sin saber cómo, la conversación recayó en cosas muy distintas de los sucesos militares, como la calidad de las judías verdes de Viana comparadas con las de Logroño. Sostenía el vencedor de Peñacerrada, conciliando la justicia con la galantería, que si al carnero de la merindad de Viana había que quitarle el sombrero, en judías de riñón y en pimientos morrones, donde estaba Logroño y su ribera, no había que mentar hortaliza. ¡Y para que se vean los misteriosos engranajes de la palabra humana! ¿Cómo pudo ser que del tratado de las alubias pasasen aquellos señores a la personalidad de César Borgia? Ello fue así, como también lo es que ninguno de los comensales, incluso el héroe, poseía nociones exactas de la vida y muerte de aquel afamado cardenal y guerrero, teniendo Calpena que desenvainar modestamente su corta erudición para ilustrar al esclarecido senado. No prestó gran atención Espartero a estas historias añejas, que otras más vivas le solicitaban, y aferrado a su idea, no cesaba de repetir: «Es muy ladino, muy ladino...».[...]
[...]Sor Simona. Llevadme a Viana.
Clavijo. (Con alegria.) Muy bien.
Natika. (Llorando se agarra a la falda de Sor Simona.) Lléveme señora.
Miguela y Sampedro. Y a mi, y a mi.
Sor Simona. Sí, venid conmigo; desde Viana continuaré consagrando mi pobre existencia al socorro de los infelices y menesterosos; pero libremente... libremente... (Con elevada entonación) Quiero ser libre, como el soplo divino que mueve los mundos. (Todas las figuras de esta última escena se agrupan convenientemente para formar un hermoso cuadro.).[...]
Tercera Parte : Nuestro Cesar. V El ocaso y la muerte
[...]El 11 de febrero de 1507 atacó la plaza de Viana, cerca de Logroño. Las fuerzas con que contaba César podían hacerle dueño de dicha población rápidamente. Sus defensores carecían de víveres, y algunas bandas del conde de Lerim se movían durante la noche en torno al campamento de los sitiadores, buscando ocasión para introducir un convoy en la ciudad.[...]
[...]Quedaba el cadáver en la Iglesia de Santa María de Viana, bajo una tumba monumental, mezcla de las gracias del Renacimiento y las nobles formas del gótico florido español.
Figuraban en ella los Reyes de la Sagrada Escritura en actitud dolorosa, reflejando la emoción causada por la muerte de tal héroe, y sobre el sarcófago, un pomposo epitafio castellano empezaba del siguiente modo:
AQUÍ YACE EN POCA TIERRA
EL QUE TODA LE TEMÍA ;
EL QUE LA PAZ Y LA GUERRA
EN LA SU MANO TENÍA...
«Pero estaba escrito—siguió pensando Claudio—que ninguno de los Borgias dejase un monumento firme, recordando su paso por la Tierra. Calixto Tercero y Alejandro Sexto, después de ser enterrados en San Pedro, han venido a parar a una, iglesia española de Roma. La tumba de Lucrecia, princesa reinante de Ferrara, es hoy una simple losa con caracteres borrosos. Este monumento regio de César, costeado por el monarca de Navarra y que describieron varios autores españoles durante el siglo dieciséis, desapareció en el siglo diesisiete siendo hecho pedazos.»
El cadáver de César lo sacaban de la iglesia para volverlo a enterrar en plena calle. Fué esto venganza de un prelado a cuya diócesis pertenecía Viana.
Don Pedro de Aranda, obispo de Calahorra, había sido acusado de judaismo en 1498 y encerrado en el castillo de Sant' Angelo, prolongándose varios años su proceso. Era mayordomo de Alejandro VI, y éste tuvo que proceder así por exigencias de la Inquisición española y de Fernando el Católico, quienes veían con malos ojos el refugio concedido en Roma por el Pontífice a los judaizantes fugitivos de España.
Además, le fueron confiscados al obispo Aranda diez mil escudos de oro y otros diez mil que tenia en poder de varios banqueros, sumas considerables que sirvieron en parte para costear el suntuoso viaje de César a Francia, cuando le nombraron duque del Valentinado.
Murió Aranda a consecuencia del encarcelamiento, y uno de sus descendientes, también obispo de Calahorra, no podía hacer visitas a la Iglesia de Viana sin mirar con ojos de odio la tumba del hijo de Alejandro VI y como en aquel entonces ya se había generalizado la falsa leyenda de los Borgias, aprovechó una restauración del templo para hacer pedazos la ostentosa tumba y echar fuera los restos de César.
El obispo judaizante perseguido por la Inquisición española quedaba asi vengado.[...]
[...]El 11 de febrero de 1507 atacó la plaza de Viana, cerca de Logroño. Las fuerzas con que contaba César podían hacerle dueño de dicha población rápidamente. Sus defensores carecían de víveres, y algunas bandas del conde de Lerim se movían durante la noche en torno al campamento de los sitiadores, buscando ocasión para introducir un convoy en la ciudad.[...]
[...]Quedaba el cadáver en la Iglesia de Santa María de Viana, bajo una tumba monumental, mezcla de las gracias del Renacimiento y las nobles formas del gótico florido español.
Figuraban en ella los Reyes de la Sagrada Escritura en actitud dolorosa, reflejando la emoción causada por la muerte de tal héroe, y sobre el sarcófago, un pomposo epitafio castellano empezaba del siguiente modo:
AQUÍ YACE EN POCA TIERRA
EL QUE TODA LE TEMÍA ;
EL QUE LA PAZ Y LA GUERRA
EN LA SU MANO TENÍA...
«Pero estaba escrito—siguió pensando Claudio—que ninguno de los Borgias dejase un monumento firme, recordando su paso por la Tierra. Calixto Tercero y Alejandro Sexto, después de ser enterrados en San Pedro, han venido a parar a una, iglesia española de Roma. La tumba de Lucrecia, princesa reinante de Ferrara, es hoy una simple losa con caracteres borrosos. Este monumento regio de César, costeado por el monarca de Navarra y que describieron varios autores españoles durante el siglo dieciséis, desapareció en el siglo diesisiete siendo hecho pedazos.»
El cadáver de César lo sacaban de la iglesia para volverlo a enterrar en plena calle. Fué esto venganza de un prelado a cuya diócesis pertenecía Viana.
Don Pedro de Aranda, obispo de Calahorra, había sido acusado de judaismo en 1498 y encerrado en el castillo de Sant' Angelo, prolongándose varios años su proceso. Era mayordomo de Alejandro VI, y éste tuvo que proceder así por exigencias de la Inquisición española y de Fernando el Católico, quienes veían con malos ojos el refugio concedido en Roma por el Pontífice a los judaizantes fugitivos de España.
Además, le fueron confiscados al obispo Aranda diez mil escudos de oro y otros diez mil que tenia en poder de varios banqueros, sumas considerables que sirvieron en parte para costear el suntuoso viaje de César a Francia, cuando le nombraron duque del Valentinado.
Murió Aranda a consecuencia del encarcelamiento, y uno de sus descendientes, también obispo de Calahorra, no podía hacer visitas a la Iglesia de Viana sin mirar con ojos de odio la tumba del hijo de Alejandro VI y como en aquel entonces ya se había generalizado la falsa leyenda de los Borgias, aprovechó una restauración del templo para hacer pedazos la ostentosa tumba y echar fuera los restos de César.
El obispo judaizante perseguido por la Inquisición española quedaba asi vengado.[...]