Autor: Madrazo y Kuntz, Pedro de
Publicación: La Ilustración Española y Americana, Madrid, 30 de junio de 1885, nº XXIV, pag. 387, 390, 391.
Fuente: Biblioteca Nacional de España - Hemeroteca Digital
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La Ilustración Española y Americana Madrid, 30 de junio de 1885 |
[...] Con fecha 4 de diciembre de 1884 recibió el señor alcalde de Viana una carta particular del cónsul de Francia en San Sebastian, preguntándole si en la parroquia de Santa María, y a la parte del Evangelio existía el panteón de César Borja. Era el caso que un arqueólogo francés, que según se dice, trata de escribir algo acerca del famoso hijo del Alejandro VI y conquistador de la Romaña, a fin de reunir datos, había solicitado la mediación del referido cónsul . Rogaba este al alcalde, que en caso de conservarse el enterramiento le enviase nota de su inscripción y de cuantos datos referentes al personaje se le pudiera suministrar, y que en caso negativo se procurase averiguar el paraje a que hubiese sido transladado. Por ausencia del alcalde propietario, hacía a la sazón sus veces el ilustrado teniente-alcalde D. Victor Cereceda, el cual contestó al cónsul francés que la iglesia de Nuestra Señora no contenía sepulcro alguno en el sitio designado. Por deseo de complacer a aquel funcionario, mando reconocer el archivo municipal, donde no se encontró ningún documento que tuviese relación con el asunto; más no despreciando el Sr, Cereceda la voz común acreditada en el pueblo de que el sepulcro había sido transladado fuera de la iglesia y frente a ella por disposición de la autoridad eclesiástica, en época que no se determina, acompañado del secretario del Ayuntamiento se constituyo en la calle de la Rua, contigua a la escalinata que conduce al vestíbulo del templo, y allí, a presencia de varias personas, mandó practicar una excavación en el suelo. Descubriéndose al punto tres sepulturas, dos de ellas con huesos, sin ofrecer particularidad ninguna, y otra cubierta con unas piedras toscas. Levantadas dos de estas piedras , viose un cadáver tendido, pero en estado de pulverización, sin inscripción, sin insignia ni señal que revelase ser aquello despojo de persona de elevada clase. Con este motivo, sin proceder mas adelante en la excavación, se colocaron de nuevo en su sitio las dos piedras de la cubierta, y con la mayor religiosidad y esmero, sin tocar mas a dicho sepulcro, se le volvió a cubrir de tierra.
Con esta relación conviene en lo sustancial otro informe evacuado por el señor cura párroco de Santa María.
[...] Pero con ocasión de la carta del cónsul se refrescaron las antiguas memorias, y añadiendo al relato del historiador jesuita su contingente la fantasía, pronto llegó a tomar cuerpo la gratuita especie de que la tumba del magnate había sido vandálicamente profanada, con ultraje de la santidad del templo y vilipendio de la moderna civilización. Ya entonces, suelto al vuelo a la imaginación y a sus exageraciones, no se cedía solamente que el sepulcro del Duque de Valentinos existía dentro de la iglesia de Santa María de Viana, sino que su cadáver estaba entero y momificado, y se añadía -¡horripilante cuadro!- que los criminales profanadores, después de abierta la urna, habían arrancado la cabeza del cuerpo de la momia y cometido otros excesos.
Esta noticia, fraguada no se sabe dónde ni por quién, llegó a oídos de un sabio y celoso académico de la Real de la Historia, el cual, con muy loable y prudente idea, propuso que la Academia, por medio de su digan delegada la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Navarra, tratase de averiguar qué había de cierto en lo que se propalaba. La referida Comisión provincial, con la inteligencia y actividad que la distingue, ha desvanecido la ridícula patraña, reuniendo a los veraces informes del señor párroco de Viana y de su alcalde noticias particulares que los completan, hasta el punto de no dejar la menor sombra de duda respecto del origen verdadero de un cuento que ha preocupado por algunos días a todos los amantes de la cultura patria y de sus monumentos.
El sepulcro marmóreo de César Borja fue desgraciadamente deshecho y despedazado hace ya cerca de dos siglos: aquella fue la verdadera profanación, entonces se cometió el acto vandálico. El reconocimiento que se ha practicado ahora en el paraje adonde lanzó el vandalismo de una generación ya remota el cadáver que en él yacía, ha sido, por el contrario, un acto mesurado, respetuoso, prudente y digno de todo aplauso.