Autor: Aguilar
Publicación: Le XIXe Siècle. Journal republicain Conservateur
Fecha: 23 junio 1875
Fuente: Gallica https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k7558305k
Carta desde España. Una página de la guerra civil.
Logroño, 17 de junio de 1875.
Por primera vez en tres años los habitantes de Navarra asistieron a una auténtica suspensión de armas. Todo el territorio de Viana y el camino real entre esta villa y Logroño fueron declarados neutrales mediante convenio firmado por los comisionados delegados en nombre de los generales Torcuato Mendiri y Genaro de Quesada. Como la mayoría de extranjeros de paso por la capital riojana, aproveché estas ventajas y me subí a un coche partiendo hacia Viana.
El viaje fue bastante corto, gracias al paso muy rápido de nuestras mulas, y bajé a un pueblo encaramado en una colina que dominaba todo el país. Apenas había desmontado cuando vi a cinco oficiales con brillantes uniformes y una singular gorra en la cabeza. Cualquiera que haya visitado los Pirineos puede imaginarse la boina vasca; sólo hay que imaginarla mucho más grande y colocada con afectación en la oreja para hacernos una idea de los jóvenes cabecillas que me encontré al bajar del coche. Examiné con curiosidad estos ejemplares de carlistas y, mirando a la multitud, vi más de cincuenta soldados cuyas boinas indicaban las mismas simpatías políticas. No sé qué ganas de ver llegar a los soldados de don Alfonso XII se apoderaron de nosotros, y fuimos a visitar una gran iglesia que había frente a la Casa Consistorial. Habíamos caído de Caribdis a Escila y estábamos entre varios centenares de carlistas que escuchaban con fervor una misa cantada celebrada en honor de su liberación. Nos miraron con buena voluntad llena de caridad cristiana, pero nos pareció más prudente avanzar entre la multitud hacia la entrada del pueblo.
¡Qué multitud! Los soldados carlistas bromeaban con las bellas mujeres navarras, y los oficiales de don Carlos conducían a encantadoras señoritas para mostrarles a los prisioneros. Estos jóvenes oficiales de don Carlos eran casi todos tipos altos y apuestos, vestidos de uniforme, que aún no habían experimentado ni el polvo de los caminos ni las lluvias tormentosas tan frecuentes en Navarra. Hablaban muy alto y sus sables resonaban sobre los sucios adoquines de Viana, mientras la población los miraba con admiración. Algunos de estos defensores del derecho divino llevaban capas y galones que demostraban, de forma incontestable, que habían sido oficiales españoles antes de ser carlistas. Cuando una cara ligeramente extraña pasaba entre la multitud, la charla se detenía y todos miraban al intruso.
Era raro que no se escuchara la palabra “guiris”; esta palabra, en boca de un carlista, puede tomar cualquier significado que se desee; ¡Pero en general sólo se aplica a los malditos liberales! Sobre las nueve, la multitud empezó a avanzar hacia el camino de Logroño. Dudé cuando un joven oficial carlista me dijo con el más puro acento parisino: “Sería mejor que fuera en dirección al cementerio. » No tardé en entablar una larga conversación con el joven cabecilla, que lucía tres galones dorados y la boina navarra. Nos mostró una deferencia muy particular, y sólo se separó de nosotros en el momento en que la columna alfonsina apareció en el camino de Logroño.
El motivo lo entendí después, porque estábamos rodeados de un centenar de oficiales carlistas, muchos curas de Estella, una multitud poco amable con los extranjeros y los liberales. Varios oficiales carlistas no dejaron nunca de intervenir de esta manera para evitar a sus anfitriones las molestias de un fanatismo sin igual. He visto pasar a los hijos de muchos cabecillas. El hijo de Mendiri y el hijo de Ollo nunca dejaron de acompañar a los oficiales alfonsinos, y el soldado carlista mostraba especial deferencia hacia sus líderes. Hemos reconocido a muchos de los hombres más notables del carlismo. El Marqués de Valdespina, con las insignias de su sordera, pues no se inmutaba ante un disparo de cañón, caminaba muy cerca del señor marqués de Villadariad, nombre bastante conocido en nuestros bulevares. Un poco más adelante vimos oficiales de todas las armas y los carlistas habían decidido convencernos de que tenían artilleros, porque seguramente los uniformes de algunos ejemplares de este cuerpo nunca habían sido usados antes del 16 de junio de 1875.
Sobre las diez, la multitud empezó a avanzar hacia la carretera de Logroño. Acababa de aparecer la columna de “Guiris”, y la multitud retrocedió para dejar pasar a una decena de jinetes, que sólo se detuvieron frente a la casa donde los esperaban los comisarios carlistas. El coronel alfonsino siguió al joven Mendiri y su conferencia duró más de una hora. Se acordó que el intercambio de prisioneros se realizaría frente al cementerio de Viana. Un pelotón de jinetes carlistas partió a trote rápido para despejar los límites de la llanura. Entonces vimos un espectáculo muy curioso. Las tropas liberales llegaron a desplegarse en fila a un lado de un vasto campo. Los oficiales de don Alfonso XII galoparon hacia el centro del prado, donde se detuvieron frente a una mesa flanqueada por seis sillas.
Aproximadamente en el mismo momento llegaron quinientos soldados carlistas a paso gimnástico y se desplegaron, mientras la banda del 6º de Navarra tocaba una jota aragonesa. Inmóviles como estatuas, los oficiales alfonsinos esperaron todo el tiempo a que el coronel carlista nos demostrara la perfecta disciplina de sus soldados. Tres oficiales carlistas se separaron de su línea y fueron a saludar a los delegados con espadas desenvainadas en la mano. Desmontamos y durante cuatro largas horas se discutió el intercambio y se verificaron las condiciones y las listas.
A un pintor le hubiera gustado reproducir este extraño cuadro. Sin duda habría puesto al fondo de su lienzo el cerro y el pueblo de Viana con una multitud de campesinos contemplando los dos pequeños ejércitos.
Él lo habría hecho mejor que yo con esta multitud de campesinos que pesadamente se negaban a mantener el alineamiento que les imponían los jinetes carlistas. Entre la multitud pudimos ver los numerosos uniformes de los soldados de don Carlos, y grupos de oficiales deambulando por las líneas de ambos campamentos. Cuatro compañías de la 1ª y 6ª de Navarra se desplegaron en un lateral de la plaza, frente a 400 jóvenes soldados de la reserva de Ronda. Las lanzas del 1º de Navarra se desplegaron frente a los húsares de Pavía.
Lo que quizás habría escandalizado a cualquier ejército que este del país fue el espectáculo de los oficiales carlistas y alfonsinos caminando en la más perfecta armonía. Se contaba que habían estado juntos en la escuela militar y hablaban de Madrid o de mil recuerdos compartidos. Por lo tanto, en estos grupos había oficiales carlistas que habían desertado de sus regimientos en el ejército nacional. En la plaza de honor se encontraban algunas jóvenes y esposas de oficiales, que bromeaban con los jóvenes cabecillas.
Podemos decir que todo iba muy bien hasta que aparecieron los presos de Estella. Entonces ocurrió un extraño fenómeno: los grupos se dispersaron, los oficiales carlistas recuperaron sus caballos y los pocos jefes alfonsinos se acercaron a sus soldados. Los rostros se volvieron tristes y fríos. ¿Por qué?
Seiscientos setenta y seis soldados y catorce oficiales desfilaron lentamente para posicionarse detrás de las compañías de la reserva de Ronda.
Vi algunas escenas muy tristes en las guerras franco-prusianas, pero nada más repugnante que el desfile de los prisioneros liberales. Los oficiales estaban en un estado lamentable, pero los soldados nos sorprendieron mas. Los primeros en desfilar fueron los carabinieros apresados por Perula en Calahorra, en agosto de 1874. Luego pasaron los prisioneros de Lacar.
Es difícil hacerse una idea de estos rostros dañados y de estas ropas andrajosas. Nos preguntamos si estos hombres podrían haber sido soldados del segundo cuerpo. Por delante de ellos, alegres y robustos, pasaban los prisioneros carlistas, a quienes las autoridades militares incluso habían regalado ropa nueva. Resulta casi difícil creer que los navarros se atrevieran a insultar a sus desafortunados prisioneros. Don Carlos cometió un gran error al permitir que los fanáticos de Estella insultaran a los prisioneros liberales. Por la actitud avergonzada de los oficiales carlistas se pudo comprobar lo incómodos que se sentían ante estos prisioneros que aceleraban el paso para alcanzar más rápidamente la línea liberal. Tan pronto como se alinearon frente a los soldados de reserva, los prisioneros se arrancaron las gorras y las mantas y las hicieron pedazos.
Los soldados los ayudaron, y estos pobres desgraciados parecían alegrarse cuando destruyeron las insignias de su doloroso cautiverio.
Las formalidades del intercambio no se completaron hasta las seis de la tarde, por lo que muchos liberales se preguntaron si los carlistas habían intentado obligar a los liberales a llevar a sus prisioneros a Logroño después del atardecer. De hecho, los oficiales del rey Alfonso XII no pudieron llegar al puente de Logroño antes de las siete y media de la tarde. La entrada no fue menos brillante a pesar del retraso y ayer por la tarde los prisioneros fueron aplaudidos. Los habitantes de Logroño les dieron muchas muestras de simpatía, y los oficiales ofrecieron un banquete a los jefes que tanto tiempo habían estado prisioneros del enemigo.
Los carlistas concedieron gran importancia a este intercambio de prisioneros, y varios oficiales de la facción dijeron ayer en Viana que se consideraban auténticos beligerantes. El ministerio del Sr.
Cánovas del Castillo creyó necesario ceder a las súplicas de los padres de estos prisioneros; pero los intercambios de Cataluña, el centro y Viana se llevaron a cabo con formalidades y concesiones que permitieron a los carlistas afirmar más que nunca sus pretensiones como beligerantes. Señalaban a todo el mundo los términos de sus acuerdos de intercambio y los procedimientos que debían utilizar los generales alfonsinos. Sin embargo, olvidan señalar que los generales Quesada y Martínez Campos tuvieron que hacer concesiones en este terreno para salvar a los prisioneros de una muerte casi segura.
El intercambio terminó satisfactoriamente para ambas partes y los seiscientos setenta prisioneros fueron devueltos a sus familias. Hubo escenas muy conmovedoras en las calles de Viana, así como en las calles de Logroño. Cuando dejamos de lado los odios religiosos y las pasiones partidistas para contemplar estas humildes emociones de los campesinos navarros pobres o de los liberales abrazando en su pecho al niño que pensaban que nunca volverían a ver, no podemos evitar maldecir la guerra civil. Contemplé algunas escenas extrañas y conmovedoras al mismo tiempo. En lo más profundo de la naturaleza humana existen estos impulsos y estas devociones que hacían vacilar a los viejos soldados más endurecidos. Ayer vi a una vieja campesina que había venido del fondo de las Amescoas, y cuando pasaron los prisioneros, ella lloraba en silencio al costado del camino. Preguntó dónde estaba su único hijo y el delegado carlista no se atrevió a decirle que frente al nombre, en su hoja, estaba la palabra: muerto. Esta madre tuvo que regresar sola a su pueblo, allá arriba en las montañas. También vi en Logroño a un viejo oficial que venía corriendo de Extremadura para ver a su hijo que llevaba once meses ausente y encarcelado. El viejo soldado abrazó a este muchacho alto de diecinueve años, y de repente el instinto de la sangre le hizo lanzar una terrible exclamación al oír la tos hueca y siniestra del joven subteniente: “¡Niño! ¡Cómo estás tosiendo! » Su hijo regresó de las cárceles de Estella con dolores en el pecho. Estos son espectáculos que causan más daño que las batallas de la guerra civil y, sin embargo, la raza española está tan dotada de descuido que los prisioneros y sus familias apenas parecen sentir resentimiento contra sus carceleros en Estrella.
Todos estos prisioneros partieron para un largo permiso y la opinión general es que se reanudarán las hostilidades. El general Quesada telegrafió a los oficiales del Estado Mayor con la orden de regresar a Tafalla lo antes posible. Las tropas alfonsinas se retirarán a las orillas del Ebro, tras haber dejado guarniciones en los fuertes de Carrascal y Monte Esquinza.
Se supone que se producirá un choque antes de ocho días y parece muy oportuno para destruir las malas influencias de los intercambios de prisioneros y, especialmente, los efectos de una inacción prolongada.
AGUILAR.
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Lettre d'Espagne.
Une Page de guerre civile.
Logrono, 17 juin 1875.
Pour la première fois depuis trois ans les habitants de la Navarre ont assisté à une véritable suspension d'armes. Tout le territoire de Viana et la route royale entre ce village et Logrono ont été déclarés neutres en vertu d'une convention signée par les commissaires délégués au nom des généraux Torcuato Mendiri et Gennaro Quesada. Comme la plupart des étrangers de passage dans la capitale de la Rioja, j'ai profité de ces avantages et je suis monté dans un voiture qui partait pour Viana.
Le voyage fut assez court, grâce à l'allure très-vive de nos mulets, et je descendis dans un village perché sur une colline qui dominait tout le pays. A peine avais-je mis pied à terre que j'aperçus cinq officiers avec de brillants uniformes et un singulier bonnet sur la tête. Tous ceux qui ont visité les Pyrénées peuvent se figurer le béret basque ; seulement il faut se le figurer beaucoup plus grand et posé avec affectation sur l'oreille pour se faire une idée des jeunes cabecillas que je rencontrai en descendant de voiture. J'examinais avec curiosité ces spécimens de carlistes, et, promenant mes yeux sur la foule, je vis plus de cinquante soldats dont le béret indiquait les mêmes sympathies politiques. Je ne sais quel désir de voir arriver les soldats de don Alphonse XII s'empara de nous, et nous allâmes visiter une grande église en face de la maison de ville. Nous étions tombés de Charybde en Scylla et nous étions au milieu de plusieurs centaines de carlistes qui 'écoutaient avec ferveur une messe basse célébrée en l'honneur de leur délivrance. Ils nous regardèrent avec une bienveillance pleine de charité chrétienne, mais nous avons cru plus prudent de nous diriger à travers la foule vers l'entrée du village.
Quelle foule ! Les soldats carlistes plaisantaient avec les jolies Navarraises, et les officiers de don Carlos conduisaient de charmantes senoritas pour leur faire voir les prisonniers. Ces jeunes officiers de don Carlos étaient presque tous de grands et beaux gaillards revêtus d'uniformes qui ne connaissaient encore ni la poussière des grand routes ni les pluies d'orage si fréquentes en Navarre. Ils parlaient très haut et leurs sabres résonnaient sur les méchants pavés de Viana, tandis que la population les regardait avec admiration. Quelques-uns de ces défenseurs du droit divin avaient des tuniques et des galons qui établissaient, d'une façon incontestable qu'ils avaient été officiers espagnols avant d'être carlistes. Quand un visage un peu étranger passait au milieu de cette cohue, les causeries cessaient et tous regardaient l'intrus.
Il était rare quand on n'entendait le mot de « guiris »; cette parole, dans la bouche d'un carliste, peut prendre toutes les significations qu'on voudra; mais en général, elle n'est appliquée qu'aux maudits libéraux! Vers neuf heures, la foule commença là se porter sur la route de Logrono. J'hésitais quand un jeune officier de lanciers carliste me dit avec le plus pur accent parisien : « Vous ferez mieux d'aller dans la direction du cimetière. » Je ne tardai pas à entamer une longue conversation avec le jeune cabecilla, qui portait trois galons d'or et la boina des Navarrais. Il nous montra une déférence toute particulière, et ne se sépara de nous qu'au moment où la colonne alphonsiste parut sur la route de Logrono.
J'en compris le motif plus tard, car nous étions entourés de cent et quelques officiers carlistes, de beaucoup de curés venus d'Estella, d'une foule peu bienveillante pour les étrangers et les libéraux. Plusieurs officiers carlistes ne cessèrent de s'interposer ainsi pour éviter à leurs hôtes les inconvénients d'un fanatisme sans égal. J'ai vu passer les fils de bien des cabecillas. Le fils de Mendiri et celui d'Ollo n'ont cessé d'accompagner les officiers alphonsistes, et le soldat carliste montrait une déférence toute particulière pour ses chefs. Nous avons reconnu bien des hommes les plus marquants da carlisme. Le marquis de Valdespina, avec les insignes de sa surdité. car il ne broncherait pas devant un coup de canon, marchait tout près de M. le marquis de Villadariad, un nom assez connu sur nos boulevards. Un peu plus loin on voyait des officiers de toutes les armes et les carlistes avaient résolu de nous persuader qu'ils avaient des artilleurs, car les uniformes de quelques spécimens de ce corps n'avaient sûrement jamais été portés avant le 16 juin 1875.
Vers dix heures, la foule commença à se porter vers la route de Logrono. La colonne des « Guiris » venait de paraître, et la foule recula pour laisser passer une dizaine de cavaliers, qui ne s'arrêtèrent que devant la maison où les attendaient les commissaires carlistes. Le colonel alphonsiste suivit le jeune Mendiri, et leur conférence dura plus d'une heure. Il fut convenu, que l'échange des prisonniers aurait lieu en face du cimetière de Viana. Une escouade de cavaliers carlistes partit au grand trot pour dégager les abords de la plaine. On vit alors un spectacle fort curieux. Les troupes libérales vinrent se déployer en ligne sur un des côtés d'un vaste champ. Les officiers de don Alphonse XII partirent au galop vers le milieu de la prairie, où ils s'arrêtèrent devant une table flanquée de six chaises.
Au même instant à peu près, cinq cents soldats carlistes arrivèrent au pas gymnastique et se déployèrent, tandis que la musique du 6e de Navarre jouait une jota aragonaise. Immobiles comme des statues, les officiers alphonsistes attendirent tout le temps qu'il plût au colonel carliste de nous démontrer la parfaite discipline de ses soldats. Trois officiers carlistes se détachèrent de leur ligne et ils vinrent saluer l'épée nue à la main les délégués. On mit pied à terre, et pendant quatre longues heures on discuta l'échange et on vérifia les conditions et les listes.
Un peintre eût aimé à reproduire ce bizarre tableau. Il aurait sans doute mis au fond de sa toile la colline et le village de Viana avec une foule de paysans qui contemplaient les deux petites armées.
Il eût rendu mieux que je ne le puis cette foule de paysans qui se refusaient sourdement à conserver l'alignement que lui imposaient les cavaliers carlistes. Dans la foule on apercevait les nombreux uniformes des soldats de don Carlos, et des groupes d'officiers parcouraient les lignes des deux camps. Quatre compagnies du 1er et du 6e de Navarre étaient déployées sur un côté du carré, en face de 400 jeunes soldats de la réserve de Ronda. Les lanciers du 1er de Navarre étaient déployés en face des hussards de Pàvia.
Ce qui eût peut-être scandalisé toute autre armée que celle du pays, c'était le spectacle des offieiers carlistes et alphonsîste se promenant dans la plus parfaite des harmonies. On se racontait qu'on avait été à l'école militaire ensemble et l'on causait de Madrid ou de mille souvenirs communs. Il y avait pourtant dans ces groupes des officiers carlistes qui avaient déserté leurs régiments dans l'armée nationale. Il y avait dans la carré d'honneur quelques jeunes filles et des femmes d'officiers, qui plaisantaient avec les jeunes cabecillas.
On peut dire que tout se passa fort bien jusqu'au moment où parurent les prisonniers venus d'Estella. Alors il se passa un phénomène étrange : les groupes se dispersèrent, les officiers carlistes reprirent leurs chevaux, et les quelques chefs alphonsistes se rapprochèrent de leurs soldats. Les visages devinrent tristes et froids. Pourquoi ?
Six cent soixante-seize soldats et quatorze officiers défilèrent lentement pour aller se placer derrière les compagnies de la réserve de Ronda.
J'ai vu des spectacles bien tristes dans les guerres franco-prussiennes, mais rien de plus écœurant que le défilé des prisonniers libéraux. Les officiers étaient dans un état pitoyable, mais les soldats nous étonnaient. Les premiers qui défilèrent furent les carabiniers pris par Perula à Calahorra, en août 1874. Ensuite les prisonniers de Lacar passèrent.
Il est difficile de se faire une idée de ces traits abîmés et de ces vêtements en haillons. On se demandait si ces hommes avaient pu être les soldats du second corps. Ea face d'eux, gais et robustes, passaient les prisonniers carlistes, à qui les autorités militaires avaient donné même des habits neufs. Il est presque difficile da croire que les Navarrais osèrent insulter leurs malheureux prisonniers. Don Carlos a commis une faute énorme quand il a permis aux fanatiques d'Estella d'insulter les prisonniers libéraux. On voyait à l'attitude embarrassée des officiers carlistes combien ils se sentaient mal à l'aise devant ces prisonniers qui accéléraient le pas pour gagner plus vite la ligne libérale. A peine rangés devant les soldats de la réserve, les prisonniers arrachèrent leurs bonnets et leurs couvertures pour les déchirer en morceaux.
Logrono, 17 juin 1875.
Pour la première fois depuis trois ans les habitants de la Navarre ont assisté à une véritable suspension d'armes. Tout le territoire de Viana et la route royale entre ce village et Logrono ont été déclarés neutres en vertu d'une convention signée par les commissaires délégués au nom des généraux Torcuato Mendiri et Gennaro Quesada. Comme la plupart des étrangers de passage dans la capitale de la Rioja, j'ai profité de ces avantages et je suis monté dans un voiture qui partait pour Viana.
Le voyage fut assez court, grâce à l'allure très-vive de nos mulets, et je descendis dans un village perché sur une colline qui dominait tout le pays. A peine avais-je mis pied à terre que j'aperçus cinq officiers avec de brillants uniformes et un singulier bonnet sur la tête. Tous ceux qui ont visité les Pyrénées peuvent se figurer le béret basque ; seulement il faut se le figurer beaucoup plus grand et posé avec affectation sur l'oreille pour se faire une idée des jeunes cabecillas que je rencontrai en descendant de voiture. J'examinais avec curiosité ces spécimens de carlistes, et, promenant mes yeux sur la foule, je vis plus de cinquante soldats dont le béret indiquait les mêmes sympathies politiques. Je ne sais quel désir de voir arriver les soldats de don Alphonse XII s'empara de nous, et nous allâmes visiter une grande église en face de la maison de ville. Nous étions tombés de Charybde en Scylla et nous étions au milieu de plusieurs centaines de carlistes qui 'écoutaient avec ferveur une messe basse célébrée en l'honneur de leur délivrance. Ils nous regardèrent avec une bienveillance pleine de charité chrétienne, mais nous avons cru plus prudent de nous diriger à travers la foule vers l'entrée du village.
Quelle foule ! Les soldats carlistes plaisantaient avec les jolies Navarraises, et les officiers de don Carlos conduisaient de charmantes senoritas pour leur faire voir les prisonniers. Ces jeunes officiers de don Carlos étaient presque tous de grands et beaux gaillards revêtus d'uniformes qui ne connaissaient encore ni la poussière des grand routes ni les pluies d'orage si fréquentes en Navarre. Ils parlaient très haut et leurs sabres résonnaient sur les méchants pavés de Viana, tandis que la population les regardait avec admiration. Quelques-uns de ces défenseurs du droit divin avaient des tuniques et des galons qui établissaient, d'une façon incontestable qu'ils avaient été officiers espagnols avant d'être carlistes. Quand un visage un peu étranger passait au milieu de cette cohue, les causeries cessaient et tous regardaient l'intrus.
Il était rare quand on n'entendait le mot de « guiris »; cette parole, dans la bouche d'un carliste, peut prendre toutes les significations qu'on voudra; mais en général, elle n'est appliquée qu'aux maudits libéraux! Vers neuf heures, la foule commença là se porter sur la route de Logrono. J'hésitais quand un jeune officier de lanciers carliste me dit avec le plus pur accent parisien : « Vous ferez mieux d'aller dans la direction du cimetière. » Je ne tardai pas à entamer une longue conversation avec le jeune cabecilla, qui portait trois galons d'or et la boina des Navarrais. Il nous montra une déférence toute particulière, et ne se sépara de nous qu'au moment où la colonne alphonsiste parut sur la route de Logrono.
J'en compris le motif plus tard, car nous étions entourés de cent et quelques officiers carlistes, de beaucoup de curés venus d'Estella, d'une foule peu bienveillante pour les étrangers et les libéraux. Plusieurs officiers carlistes ne cessèrent de s'interposer ainsi pour éviter à leurs hôtes les inconvénients d'un fanatisme sans égal. J'ai vu passer les fils de bien des cabecillas. Le fils de Mendiri et celui d'Ollo n'ont cessé d'accompagner les officiers alphonsistes, et le soldat carliste montrait une déférence toute particulière pour ses chefs. Nous avons reconnu bien des hommes les plus marquants da carlisme. Le marquis de Valdespina, avec les insignes de sa surdité. car il ne broncherait pas devant un coup de canon, marchait tout près de M. le marquis de Villadariad, un nom assez connu sur nos boulevards. Un peu plus loin on voyait des officiers de toutes les armes et les carlistes avaient résolu de nous persuader qu'ils avaient des artilleurs, car les uniformes de quelques spécimens de ce corps n'avaient sûrement jamais été portés avant le 16 juin 1875.
Vers dix heures, la foule commença à se porter vers la route de Logrono. La colonne des « Guiris » venait de paraître, et la foule recula pour laisser passer une dizaine de cavaliers, qui ne s'arrêtèrent que devant la maison où les attendaient les commissaires carlistes. Le colonel alphonsiste suivit le jeune Mendiri, et leur conférence dura plus d'une heure. Il fut convenu, que l'échange des prisonniers aurait lieu en face du cimetière de Viana. Une escouade de cavaliers carlistes partit au grand trot pour dégager les abords de la plaine. On vit alors un spectacle fort curieux. Les troupes libérales vinrent se déployer en ligne sur un des côtés d'un vaste champ. Les officiers de don Alphonse XII partirent au galop vers le milieu de la prairie, où ils s'arrêtèrent devant une table flanquée de six chaises.
Au même instant à peu près, cinq cents soldats carlistes arrivèrent au pas gymnastique et se déployèrent, tandis que la musique du 6e de Navarre jouait une jota aragonaise. Immobiles comme des statues, les officiers alphonsistes attendirent tout le temps qu'il plût au colonel carliste de nous démontrer la parfaite discipline de ses soldats. Trois officiers carlistes se détachèrent de leur ligne et ils vinrent saluer l'épée nue à la main les délégués. On mit pied à terre, et pendant quatre longues heures on discuta l'échange et on vérifia les conditions et les listes.
Un peintre eût aimé à reproduire ce bizarre tableau. Il aurait sans doute mis au fond de sa toile la colline et le village de Viana avec une foule de paysans qui contemplaient les deux petites armées.
Il eût rendu mieux que je ne le puis cette foule de paysans qui se refusaient sourdement à conserver l'alignement que lui imposaient les cavaliers carlistes. Dans la foule on apercevait les nombreux uniformes des soldats de don Carlos, et des groupes d'officiers parcouraient les lignes des deux camps. Quatre compagnies du 1er et du 6e de Navarre étaient déployées sur un côté du carré, en face de 400 jeunes soldats de la réserve de Ronda. Les lanciers du 1er de Navarre étaient déployés en face des hussards de Pàvia.
Ce qui eût peut-être scandalisé toute autre armée que celle du pays, c'était le spectacle des offieiers carlistes et alphonsîste se promenant dans la plus parfaite des harmonies. On se racontait qu'on avait été à l'école militaire ensemble et l'on causait de Madrid ou de mille souvenirs communs. Il y avait pourtant dans ces groupes des officiers carlistes qui avaient déserté leurs régiments dans l'armée nationale. Il y avait dans la carré d'honneur quelques jeunes filles et des femmes d'officiers, qui plaisantaient avec les jeunes cabecillas.
On peut dire que tout se passa fort bien jusqu'au moment où parurent les prisonniers venus d'Estella. Alors il se passa un phénomène étrange : les groupes se dispersèrent, les officiers carlistes reprirent leurs chevaux, et les quelques chefs alphonsistes se rapprochèrent de leurs soldats. Les visages devinrent tristes et froids. Pourquoi ?
Six cent soixante-seize soldats et quatorze officiers défilèrent lentement pour aller se placer derrière les compagnies de la réserve de Ronda.
J'ai vu des spectacles bien tristes dans les guerres franco-prussiennes, mais rien de plus écœurant que le défilé des prisonniers libéraux. Les officiers étaient dans un état pitoyable, mais les soldats nous étonnaient. Les premiers qui défilèrent furent les carabiniers pris par Perula à Calahorra, en août 1874. Ensuite les prisonniers de Lacar passèrent.
Il est difficile de se faire une idée de ces traits abîmés et de ces vêtements en haillons. On se demandait si ces hommes avaient pu être les soldats du second corps. Ea face d'eux, gais et robustes, passaient les prisonniers carlistes, à qui les autorités militaires avaient donné même des habits neufs. Il est presque difficile da croire que les Navarrais osèrent insulter leurs malheureux prisonniers. Don Carlos a commis une faute énorme quand il a permis aux fanatiques d'Estella d'insulter les prisonniers libéraux. On voyait à l'attitude embarrassée des officiers carlistes combien ils se sentaient mal à l'aise devant ces prisonniers qui accéléraient le pas pour gagner plus vite la ligne libérale. A peine rangés devant les soldats de la réserve, les prisonniers arrachèrent leurs bonnets et leurs couvertures pour les déchirer en morceaux.
Les soldats les aidaient, et ces pauvres malheureux paraissaient joyeux quand ils eurent détruit les insignes de leur pénible captivité.
Les formalités de l'échange ne se terminèrent pas avant six heures du soir, si bien que beaucoup de libéraux se demandèrent si les carlistes n'avaient point essayé de forcer les libéraux à conduire leurs prisonniers à Logrono après le coucher du soleil.
En effet, les officiers du roi Alphonse XII ne purent arriver au pont de Logrono avant sept heures et demie du soir. L'entrée ne fut pas moins brillante malgré ce retard, et les prisonniers furent acclamés hier soir. Les habitants de Logrono leur ont donné bien des marques de sympathie, et les officiers ont offert un banquet aux chef qui avaient été si longtemps prisonniers de l'ennemi.
Les carlistes ont attaché une grande importance à cet échange de prisonniers, et plusieurs officiers de la faction disaient hier à Viana qu'ils se considéraient comme de vrais belligérants. Le ministère de M.
Canovas del Castillo a cru nécessaire de céder aux instances des parents de ces prisonniers ; mais les échanges de la la Catalogne, du centre et de Viana ont été accomplis avec des formalités et des concessions qui ont permis aux carlistes de revendiquer plus que jamais leurs prétentions de belligérants. Ils signalent à tout le monde les termes de leurs conventions d'échange et les procédés que les généraux alphonsistes ont dû employer. Ils oublient pourtant de constater que les généraux Quesada et Martinez Campos ont dû faire des concessions sur ce terrain pour sauver les prisonniers d'une mort presque certaine.
L'échange s'est terminé d'une façon satisfaisante pour les deux partis, et les six cent soixante-dix prisonniers ont été rendus à leurs familles. Il y a eu dans les rues de Viana, tout comme dans les rues de Logrono, des scènes fort touchantes.
Quand on laisse de côté les haines religieuses et les passions de parti pour contempler ces humbles émotions de pauvres paysans navarrais ou libéraux étreignant sur leur poitrine l'enfant qu'ils ne croyaient plus revoir, on ne peut pas ne point maudire la guerre, ci vile. J'ai contemplé quelques scènes bizarres et touchantes à la fois. Il y a, dans le fond de la nature humaine, de ces élans et de ces dévouements qui font fléchir les vieux soldats les plus endurcis. J'ai vu hier une vieille paysanne venue du fond des Amescoas, et quand les prisonniers ont passé, elle pleurait silencieusement au bord de la route. Elle demanda où était son fils unique et le délégué carliste n'osa lui dire qu'en face du nom, sur sa feuille, était le mot : mort. Cette mère dut retourner seule à son village, là-bas dans la montagne. De même j'ai vu à Logrono un vieil officier accouru de l'Estramadure pour voir son fils absent et prisonnier depuis onze mois. Le vieux soldat embrassa ce grand garçon de dix-neuf ans, et tout-à-coup, l'instinct du sang lui fit pousser une exclamation terrible en entendant la toux creuse et sinistre du jeune sous-lieutenant : « Enfant ! comment tousses-tu! » Son fils revenait poitrinaire des prisons d'Estella. Ce sont des spectacles qui font plus de mal que les combats de la guerre civile, et pourtant la race espagnole est si bien douée d'insouciance que les prisonniers et leurs familles semblent à peine éprouver quelque rancune contre leurs geôliers d'Estrella.
Tous ces prisonniers sont partis pour de longs congés, et l'opinion générale est que les hostilités vont reprendre. Le général Quesada a télégraphié aux officiers d'état major l'ordre de rentrer à Tafalla le plus vite possible. Les troupes alphonsistes vont se replier sur les bords de l'Ebre, après avoir laissé des garnisons dans les forts du Carrascal et du Mont-Esquinza.
On suppose qu'un choc aura lieu avant huit jours, et il semble fort opportun pour détruire les mauvaises influences des échanges de prisonniers, et surtout les effets d'une inaction prolongée.
AGUILAR.
Les formalités de l'échange ne se terminèrent pas avant six heures du soir, si bien que beaucoup de libéraux se demandèrent si les carlistes n'avaient point essayé de forcer les libéraux à conduire leurs prisonniers à Logrono après le coucher du soleil.
En effet, les officiers du roi Alphonse XII ne purent arriver au pont de Logrono avant sept heures et demie du soir. L'entrée ne fut pas moins brillante malgré ce retard, et les prisonniers furent acclamés hier soir. Les habitants de Logrono leur ont donné bien des marques de sympathie, et les officiers ont offert un banquet aux chef qui avaient été si longtemps prisonniers de l'ennemi.
Les carlistes ont attaché une grande importance à cet échange de prisonniers, et plusieurs officiers de la faction disaient hier à Viana qu'ils se considéraient comme de vrais belligérants. Le ministère de M.
Canovas del Castillo a cru nécessaire de céder aux instances des parents de ces prisonniers ; mais les échanges de la la Catalogne, du centre et de Viana ont été accomplis avec des formalités et des concessions qui ont permis aux carlistes de revendiquer plus que jamais leurs prétentions de belligérants. Ils signalent à tout le monde les termes de leurs conventions d'échange et les procédés que les généraux alphonsistes ont dû employer. Ils oublient pourtant de constater que les généraux Quesada et Martinez Campos ont dû faire des concessions sur ce terrain pour sauver les prisonniers d'une mort presque certaine.
L'échange s'est terminé d'une façon satisfaisante pour les deux partis, et les six cent soixante-dix prisonniers ont été rendus à leurs familles. Il y a eu dans les rues de Viana, tout comme dans les rues de Logrono, des scènes fort touchantes.
Quand on laisse de côté les haines religieuses et les passions de parti pour contempler ces humbles émotions de pauvres paysans navarrais ou libéraux étreignant sur leur poitrine l'enfant qu'ils ne croyaient plus revoir, on ne peut pas ne point maudire la guerre, ci vile. J'ai contemplé quelques scènes bizarres et touchantes à la fois. Il y a, dans le fond de la nature humaine, de ces élans et de ces dévouements qui font fléchir les vieux soldats les plus endurcis. J'ai vu hier une vieille paysanne venue du fond des Amescoas, et quand les prisonniers ont passé, elle pleurait silencieusement au bord de la route. Elle demanda où était son fils unique et le délégué carliste n'osa lui dire qu'en face du nom, sur sa feuille, était le mot : mort. Cette mère dut retourner seule à son village, là-bas dans la montagne. De même j'ai vu à Logrono un vieil officier accouru de l'Estramadure pour voir son fils absent et prisonnier depuis onze mois. Le vieux soldat embrassa ce grand garçon de dix-neuf ans, et tout-à-coup, l'instinct du sang lui fit pousser une exclamation terrible en entendant la toux creuse et sinistre du jeune sous-lieutenant : « Enfant ! comment tousses-tu! » Son fils revenait poitrinaire des prisons d'Estella. Ce sont des spectacles qui font plus de mal que les combats de la guerre civile, et pourtant la race espagnole est si bien douée d'insouciance que les prisonniers et leurs familles semblent à peine éprouver quelque rancune contre leurs geôliers d'Estrella.
Tous ces prisonniers sont partis pour de longs congés, et l'opinion générale est que les hostilités vont reprendre. Le général Quesada a télégraphié aux officiers d'état major l'ordre de rentrer à Tafalla le plus vite possible. Les troupes alphonsistes vont se replier sur les bords de l'Ebre, après avoir laissé des garnisons dans les forts du Carrascal et du Mont-Esquinza.
On suppose qu'un choc aura lieu avant huit jours, et il semble fort opportun pour détruire les mauvaises influences des échanges de prisonniers, et surtout les effets d'une inaction prolongée.
AGUILAR.