Fuente: Archive.org
Carlos de Aragón, más conocido con el título de príncipe de Viana, nació en Peñafiel en 1421. Poco después de muerta su madre, D.ª Blanca de Navarra, su padre, D. Juan II de Aragón, contrajo segundas nupcias con D.ª Juana Enriquez, hija del almirante de Castilla, siendo este enlace causa de grandes desdichas para el infortunado príncipe, y de no pocos disturbios y revueltas en el reino. D.ª Juana, envidiosa de la suerte de su hijastro, que por derecho había de ceñir algún día la corona aragonesa y que había heredado de su madre el reino de Navarra, no perdonó medio alguno para indisponerle con su padre, y tan bien consiguió su intento, que la historia del malogrado Carlos fué una no interrumpida serie de luchas y de persecuciones que no fueron bastantes á evitar, ni á aminorar siquiera, su bondadoso carácter y la humildad con que procedió en todas ocasiones. Contaba el príncipe cuarenta años y estaba en negociaciones para casarse con Isabel, hermana de Enrique IV de Castilla, cuando su padre, que deseaba á la infanta para su otro hijo Fernando, mandó encerrarle en un castillo de Lérida, en donde á la sazón ambos se encontraban. Los catalanes, en vista de tantos infortunios en el de Viana y de tanta infamia en Juan II, se sublevaron contra éste y le persiguieron hasta Fraga, y habiéndose propagado la rebelión por Navarra, Aragón, Valencia y Sicilia, el monarca, temeroso de perder su corona, puso en libertad al príncipe, que hizo su entrada triunfal en Barcelona el día 24 de junio en medio del mayor entusiasmo de la ciudad entera, y que á los pocos meses falleció según se cree envenenado por su pérfida madrastra.
Explicado, aunque forzosamente á grandes rasgos, este episodio de nuestra historia, se ve cuán acertado ha estado el Sr. Tusquets al pintar la entrada del príncipe en Barcelona. El desgraciado Carlos expresa maravillosamente en su abatido rostro y en la postura de su cuerpo, más que sentado caído sobre el caballo, los grandes sufrimientos de su alma y en los trompeteros, pajes, palafreneros y gente de la ciudad, desde la noble dama al plebeyo rapaz, se ve el entusiasmo, la alegría que les produce la presencia de aquel que tuvo siempre en los catalanes partidarios tan ardientes como cariñosos.
Además, hay en el lienzo de nuestro renombrado paisano tanta vida, tanta verdad, tan perfecto conocimiento del hecho histórico y del carácter é indumentaria de la época en que éste ocurrió que, aun sin aquellas excepcionales cualidades, bastarían estas para colocar á la obra que nos ocupa en el número de las mejores producidas por el arte patrio contemporáneo.